sábado, 26 de septiembre de 2020

15. El ladrón desenmascarado

 





Uno de los hallazgos más sorprendentes de la expedición de Leonard Wooley en Ur fue una serie de 16 sepulturas a las que se denominó las Tumbas Reales de Ur. Pertenecían al período Dinástico Arcaico y estaban construidas por paredes de ladrillo o piedra coronadas por una bóveda. Se encontraban en un cementerio mayor, destinado a todo tipo de personas y que contenía más de 2500 tumbas. Cada una de las tumbas reales contenía un cuerpo principal y un cierto número de acompañantes, así como numerosas riquezas.

De todas las sepulturas, destacaba la de una reina identificada gracias a su sello cilíndrico como Puabi. En su interior, además de la reina, se encontraban los cuerpos de cinco hombres armados y diez mujeres acompañadas por la magnífica Arpa de Ur rematada por la cabeza de un toro en oro. La cámara contenía incluso un carro y los esqueletos de dos bueyes. El cuerpo de la reina estaba envuelto en joyas y mantos con incrustaciones. Sobre la cabeza llevaba un tocado a base de hojas y una peineta rematada por estrellas de cinco puntas. Cerca de su mano tenía una copa de oro. Debajo de un baúl había un pasadizo que comunicaba con otra cámara funeraria; en ella se encontraba el rey A-kalam-dug de Ur, cuya tumba había sido parcialmente saqueada.

Se ha interpretado de diferentes formas el hecho de que las tumbas reales contuviesen cuerpos de sus sirvientes; para algunos autores, se trataba de enterramientos rituales, en los que el monarca era acompañado por estos hacia el más allá. Sin embargo esto no ha sido demostrado y también se han barajado otras opciones, como que la tumba real fuese escogida por las élites como lugar ilustre de enterramiento, siendo sus cuerpos desplazados allí una vez construida.

Las riquezas contenidas en las tumbas reales de Ur representaban una fuerte tentación para las pobres tribus a las que Leonard Wolley había contratado y adiestrado para las excavaciones.

Un día se dio cuenta de que alguien había robado un ornamento de oro del cráneo de un esqueleto. ¿Cuál de los ciento setenta hombres de la excavación era el culpable? Al llegar el día de paga, Woolley colocó sobre la mesa una copia del Corán, y pidió a cada obrero que declarara su inocencia jurando sobre el Libro, ante el jefe de policía de la vecina ciudad de Nasiriya.

Uno tras otro se declararon inocentes, pero cuando el culpable se acercó a la mesa, los otros obreros lo acusaron, para evitar el sacrilegio del perjurio.

El culpable resultó ser el más fiable de los obreros de Woolley, y se le conocía como John Thomas “el honesto”.

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