miércoles, 20 de enero de 2021

36. El primer príncipe de Gales

 

Eduardo II de Inglaterra

El rey Eduardo II fue el primer soberano de Inglaterra que llevó el título de Príncipe de Gales antes de su ascensión al trono.

Según algunos historiadores, contaba tres días de edad cuando los señores galeses acudieron a su padre, Eduardo I, para pedirle que les diera un príncipe que pudiera comprenderlos y que no hablara ni inglés ni francés. Eduardo I dijo que iba a complacerles y les indicó a su hijo, que no hablaba aún lengua alguna.

martes, 19 de enero de 2021

35. Tinta invisible

 


Los romanos, para la correspondencia clandestina, utilizaban leche fresca como tinta invisible. El que recibía el mensaje le echaba por encima polvo de carbón y las letras se volvían negras.

Muchos siglos después, durante la Primera Guerra Mundial, el MI6 británico utilizó semen como tinta invisible, porque no reaccionaba a los métodos de detección usuales en la época. Este detalle se narra en el libro “MI6: La historia del Servicio Secreto de Inteligencia entre 1909 y 1949” del profesor Keith Jeffery, al que se le concedió acceso a los archivos secretos de esos años del MI6.

Lo malo fue que el agente que descubrió la nueva “tinta invisible” tuvo que ser trasladado porque se convirtió en objeto de burla de sus compañeros, que hacían toda clase de bromas acerca de en qué circunstancias se produciría el descubrimiento.


34 Orina reciclada

 


Sabemos que resultaba frecuente entre las damas romanas, mientras paseaban por las calles, llevar en sus manos un pequeño globo de ámbar que frotaban continuamente para aspirar su fragancia. Posiblemente esta costumbre tuviera como finalidad combatir los malos olores que invadían Roma.


Y es que, a pesar de que el lavado normal de las prendas de vestir se hacía en casa, de vez en cuando las enviaban al batanero, que las blanqueaba con carbonato de sosa y orina. Los bataneros colocaban junto a sus establecimientos unos recipientes en los que recogían las orinas de los transeúntes que querían “colaborar” con su industria.

lunes, 11 de enero de 2021

33. ¡Arriba el telón!

 


En el teatro isabelino el telón no se levantaba, porque no había. Sólo después de que el rey Carlos II subió al trono en 1660, surgió en Inglaterra el teatro de la Restauración y por primera vez se usó una cortina en el arco del proscenio, justo frente al escenario. El prólogo de la obra se leía frente a la cortina y después ésta se abría y permanecía así hasta el final de la representación.


Cuando las escenas y los actos terminaban, el público permanecía contemplando el escenario vacío o mirando cómo los tramoyistas cambiaban la decoración, igual que sucede actualmente en teatros que no tienen telón o que no lo usan.


Pero en la década de 1750, el telón comenzó a señalar el final de un acto y el inicio de un intervalo. Muchos teatros evitaron este elaborado procedimiento sustituyendo el telón con una sencilla tela pintada.


En 1880, durante la representación en Londres de Los hermanos corsos, el telón se usó por primera vez para esconder los cambios de escena.


Durante el siglo XIX, a veces se representaba una obra corta y casi siempre humorística, llamada entremés, delante del telón echado, para permitir que los espectadores que llegaban tarde encontraran sus asientos antes de que comenzara la función. Por la misma razón, las obras rara vez comenzaban con alguna acción importante.


Aunque en nuestros días el telón de los teatros casi nunca se levanta, pues la mayoría de las veces las cortinas se corren a los lados, aún decimos que “se levanta el telón”.

domingo, 10 de enero de 2021

32. El reloj que María Antonieta nunca disfrutó

 


Un admirador secreto de María Antonieta, del que sólo se sabía en principio que formaba parte de la Guardia de la Reina, encargó al relojero suizo Abraham Louis Breguet el reloj más extraordinario de la época, para regalárselo a la reina. Sin límite de precio ni fecha de entrega.




Axel von Fersen
La identidad del anónimo admirador fue durante mucho tiempo una incógnita. Hoy ya se sabe con seguridad que se trataba del conde sueco Axel de Fersen, quien intentó repetidamente librarla de la guillotina. Incluso rechazó una oferta del rey de Suecia para así, permanecer en Francia junto a la reina. Las cartas que se cruzaron, escritas entre septiembre de 1791 y enero de 1792,  fueron publicadas ya en el siglo XIX por un sobrino nieto del conde Fersen. Pero algunos pasajes de las cartas estaban tachados, presumiblemente por el propio conde para proteger a la reina. La pareja uso distintos medios, como claves para escribir y tinta invisible para evitar que fueran leídas por otras personas. Sin embargo, la moderna tecnología ha podido recuperar las partes tachadas, y no cabe duda de que fueron amantes.  

El relojero Breguet, padre
El relojero se lo tomó tan en serio que tardó 44 años en ensamblarlo. En realidad, Breguet murió sin terminarlo y fue su hijo quien lo completó. Demasiado tarde para María Antonieta. Eso sí, era el reloj más complicado del mundo. En sus 6’3 cm. de diámetro se incluían cosas como calendario perpetuo y termómetro. La caja estaba fabricada en oro y cristal de roca transparente, a través del cual se podía contemplar el mecanismo.


Por supuesto, Maria Antonieta nunca llegó a saber del reloj, que fue terminado en 1827.


El reloj fue a parar a la colección de sir David Salomon, el primer alcalde judío de Londres. Su hija Vera fundó el Museo Islámico de Jerusalén, y colocó allí los relojes de su padre.

En 1983 el reloj fue robado del Museo y no se recuperó hasta 2006. El robo más espectacular del país fue obra de un solo hombre, al que nunca atraparon. Naaman Diller aprovechó una noche en que la alarma estaba averiada, torció los barrotes de una ventana y se coló en el recinto. El Marie-Antoniette fue recuperado cuando la viuda del ladrón, muerto en 2004, buscaba compradores.


La imagen de abajo corresponde a una réplica perfecta que la propia casa Breguet realizó en 2008.



jueves, 7 de enero de 2021

31. Costar un ojo de la cara

Diego de Almagro, retrato atribuído a Alonso Cano

 

La expresión “costar un ojo de la cara” la solemos usar cuando realizar algo cuesta mucho trabajo y sacrificio, o cuando algo es extremadamente caro.


El origen es más literal de lo que podemos pensar, ya que al creador de la expresión es verdad que le costó un ojo de la cara.


Nuestro protagonista es el navegador y conquistador Diego de Almagro, que en el Siglo XVI se dedicó a realizar expediciones de exploración y ocupación por Colombia, Ecuador, Bolivia, Perú y Chile (de ésta última se le considera descubridor).


Durante una expedición realizada entre finales de 1524 y principios de 1525 en la que Diego de Almagro fue a socorrer a Francisco Pizarro (que quiso tomar el Fortín del Cacique de las Piedras, en la actual Colombia) fue atacado brutalmente y herido por la flecha de un indígena en un ojo, quedándose tuerto.


Al cabo del tiempo, Diego de Almagro se entrevistó con el monarca Carlos I explicándole:


“El negocio de defender los intereses de la Corona me ha costado un ojo de la cara”






30. La duquesa ambiciosa


 Luisa de Guzmán, hija de los duques españoles de Medina Sidonia, se casó en 1633 con el duque portugués Juan de Braganza.


La boda formaba parte de un plan urdido por el conde-duque de Olivares, primer ministro de Felipe IV, para evitar que De Braganza se levantara contra España, por entonces en unión política con Portugal.

Pero le salió mal el plan a Olivares, porque la ambiciosa Luisa (descendiente de los reyes de Portugal por vía paterna y materna) instó a su marido a rebelarse contra el dominio español para convertirse en reina de Portugal, lo que finalmente consiguió en 1642.

Cuando le advirtieron de los peligros de hacer frente a España, dijo: “Mejor ser reina por un día que duquesa toda la vida”. Y fue reina durante 16 años y regente de Portugal otros 6.