Los romanos, para la correspondencia clandestina, utilizaban leche fresca como tinta invisible. El que recibía el mensaje le echaba por encima polvo de carbón y las letras se volvían negras.
Muchos siglos después, durante la Primera Guerra Mundial, el MI6 británico utilizó semen como tinta invisible, porque no reaccionaba a los métodos de detección usuales en la época. Este detalle se narra en el libro “MI6: La historia del Servicio Secreto de Inteligencia entre 1909 y 1949” del profesor Keith Jeffery, al que se le concedió acceso a los archivos secretos de esos años del MI6.
Lo malo fue que el agente que descubrió la nueva “tinta invisible” tuvo que ser trasladado porque se convirtió en objeto de burla de sus compañeros, que hacían toda clase de bromas acerca de en qué circunstancias se produciría el descubrimiento.
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