martes, 16 de marzo de 2021

42. Para "presumir" hay que "sufrir"


 Durante toda la historia, la moda impuso a mujeres y hombre ciertos vestidos y accesorios que, en ocasiones, era útiles y apropiados, pero que en otras resultaron ser incómodos y hasta peligrosos e incluso mortales. Hoy repasaremos algunas de las modas más peligrosas, empezando por la crinolina.

La crinolina

Durante la primera mitad del siglo XIX la moda imponía para las mujeres una silueta en forma de campana. Para conseguir esa forma, las mujeres llevaban bajo la falda capas y capas de enaguas, tanto en invierno como en verano. Hasta 8 enaguas superpuestas llegaron a ser frecuentes. Pero no era solución cómoda ni práctica Tantas enaguas daban calor y, además se ensuciaban mucho al llegar casi hasta el suelo. Las coladas debían ser  enormes. Alrededor de 1.856 la industria del acero había avanzado lo suficiente como para posibilitar un invento que permitió sustituir las enaguas por algo que en principio pareció un avance pero que, como veremos, no resultó tan ventajoso: la crinolina.


 


Crinolina

   La crinolina era una prenda interior femenina que formaba un armazón de tela rígida con aros de metal capaz de sostener el peso de la falda y al mismo tiempo lo bastante flexible como para deformarse ligeramente (como para sentarse, por ejemplo) y luego recuperar la forma original. En Europa la puso de moda la esposa del emperador Napoleón III, Eugenia de Montijo, pero la moda se extendió como la pólvora por toda Europa y Estados Unidos. A España llegó en el reinado de Isabel II, con el nombre de miriñaque. La mujer de Lincoln usó crinolinas que le había hecho su modista afroamericana y todas las mujeres comenzaron a imitarla. Durante la guerra de Secesión algunas mujeres se aprovecharon de sus crinolinas para pasar de contrabando a los estados del Sur algunos productos, seguras de que ningún guarda fronterizo iba a registrarlas bajo las faldas (1) La crinolina hizo furor, y cada vez se hicieron más grandes, llegando incluso a los tres metros de diámetro. Fue tal el éxito que se vendían  por miles, ya que, contra lo que se puede pensar, fue una moda accesible a todas las clases sociales. La usaban tanto criadas como burguesas o nobles. Ante tal perspectiva de negocio, algunas fábricas de productos de acero se reconvirtieron para fabricar solo crinolinas. pero la crinolina tenía un lado bastante oscuro:

En primer lugar, entorpecía mucho los movimientos. Aunque hubo quien defendía que el balanceo que producía al andar era muy atractivo, dos mujeres no podían entrar a la vez en la misma habitación, ni sentarse en el mismo sofá. Los anuncios de crinolinas en revistas femeninas, sin embargo, enfatizaban la comodidad frente a un montón de enaguas almidonadas, hasta que los periódicos comenzaron a publicar también sus riesgos La crinolina forzó  la modificación de puertas o sillas.

En segundo lugar, provocaba muchos accidentes. Pensad en como bajar una escalera sin ver dónde se ponen los pies los pies (2), o en como salir de un carruaje. El peligro de quedar atrapada entre las ruedas era real y ocurría con cierta frecuencia. Las mujeres trabajadoras corrían otros peligros a menudo. En muchas fábricas fueron prohibidas, por el peligro de que quedaran atrapadas por máquinas (3). también en el servicio doméstico. Una criada con crinolina que se inclinara para limpiar los escalones de entrada a una casa o se subiera a una escalera para limpiar las ventanas podía sufrir un "vuelco" de la crinolina como el de un paraguas que se volviera con el viento, de forma que la parte inferior de su cuerpo quedaba a la vista con todas sus interioridades. Una persona que sufrió un incidente de esa clase, y no era una criada precisamente. A Consuelo Montagu, duquesa de Manchester, un golpe de viento le levantó la crinolina cuando caminaba por la calle y en cuestión de días toda Inglaterra sabía que la duquesa usaba ropa interior de color rojo (4). A partir de ese momento se pusieron de moda los pololos, un especie de pantalones bombachos adornados con encajes y cintas. Una carga más para la ya complicada ropa interior femenina. No es de extrañar que las señoras necesitaran doncellas para vestirse. Para ponerse el vestido sobre la crinolina se necesitaban dos personas que, subidas en una escalera y  llevando unos bastones en las manos,  hacían descender el vestido sobre la señora "enjaulada" por la crinolina, como se muestra en la ilustración de abajo.

Pero el principal peligro de las crinolinas era como ardían. Miles de mujeres murieron en accidentes domésticos. Margaret David era una criada de cocina de 14 años. Un día se paró ante la chimenea para coger unas cucharas del estante superior y su falda se prendió fuego. Murió al día siguiente.

Boston, 1858. Es viernes por la noche y ella está junto a la chimenea, como lo haría cualquiera en estos días en los que el invierno da sus últimos coletazos. El problema es que no tiene una noción muy exacta del espacio que ocupa ni de su cuerpo porque se ha extendido de tal manera (y no por haber engordado) que su falda, cuyo bajo alcanza unos siete pies de diámetro (más de 2 metros), podría albergar varias caderas como la suya.

Es una suerte haberse librado de aquellas insoportables enaguas almidonadas que, capa a capa, dejaban caer todo el peso sobre el cuerpo, privando de libertad a las piernas, casi paralizadas. ¡Hasta seis capas tuvo que llegar a usar para dar resaltar su cuerpo! La crinolina es más cómoda y más efectiva: da más volumen y realza el cuerpo femenino. ¡Qué belleza! ¡Y solo requiere una enagua!

Una chispa incendia su falda, las llamas avanzan por su vestido ante la mirada atónita de quienes no pueden ayudarla porque la jaula que envuelve sus piernas también aumenta las distancias y no permite que se acerquen a ella.

No conocemos su nombre. Días después, el 16 de marzo de 1858, The New York Times dio noticia de la muerte de «una chica joven, hermana de un respetable residente de la calle Beacon». El mismo periódico aseguraba que las heridas fueron tan graves que no sobrevivió más que unas horas.

No fue casualidad ni mala suerte. La misma noticia de The New York Times  sigue  a otra de Court Journal (Londres) del 20 de febrero de ese año, apenas un mes antes, «en la que encontramos catalogadas no menos de diecinueve muertes por esta causa, ocurridas en Inglaterra, entre el 1 de enero y mediados de febrero».

También en Boston, el vestido de la mujer del poeta Henry Wadsworth Longfellow prendió a causa de la crinolina cuando, estando ella sentada en su biblioteca, algo empezó a arder junto a su falda. Él tampoco pudo hacer nada por salvar a su mujer. Murió al día siguiente. Como murieron dos hermanas de Oscar Wilde en un baile. Aunque el anfitrión trató de cubrirlas con su capa y las hizo rodar escaleras abajo hasta la nieve, no pudo hacer nada por salvarlas.

Pero, además de accidentes domésticos,  hubo grandes tragedias: 

El 8 de diciembre de 1863, la Iglesia de la Compañía de Jesús de Santiago de Chile estaba repleta de gente al ser el día de la fiesta de la Inmaculada. La iglesia  ardió en llamas. Las salidas quedaron bloqueadas por las crinolinas de las mujeres. Hubo muchas víctimas por la acción del humo, por el fuego y por aplastamientos al intentar desesperadamente la huida pasando por encima de las mujeres que bloqueaban las puertas con sus faldas.

Las cuatro hermanas Gale, Cecilia (18 años), Adelina (19), Ana (20) y Ruth (15) integraban el cuerpo de baile del Teatro Continental de Filadelfia cuando se produjo la tragedia que segó la vida de las cuatro, junto a otras cinco personas más. Una multitud estimada en 1.500 personas que asistió la noche del 14 de septiembre de 1861 a la representación de “La Tempestad”, sobre la afamada obra de Shakespeare, fue sorprendida por extrañas luces y gritos que provenían de atrás del telón de fondo. Más atónitos quedaron los espectadores cuando la bailarina Cecilia Gale apareció corriendo por el escenario envuelta en llamas. La crinolina  del traje de Cecilia se había prendido al rozar  con un tubo de gas al agacharse para atar sus zapatillas de baile. Un carpintero del elenco consiguió cubrirla con una tela que arrancó de la escenografía. Se cerró el telón, se calmó a la multitud, pero en el backstage continuaba el drama. Las hermanas de Cecilia corrieron a ayudarla sin contar que también sus trajes se prenderían fuego. Ante la extensión de lo que ya era un incendio declarado, varias personas más murieron al arrojarse a la calle por las ventanas. El productor de la obra no se hizo responsable de las  consecuencias de tamaño accidente de trabajo y solo ha quedado registrado que pagó algunos gastos de sepelio. Total, 9 fallecidos.

Antecedentes españoles de miriñaques y crinolinas 

En la moda española existieron diferentes armazones que tenían como objetivo conseguir una determinada silueta femenina- Podemos hablar de verdugado, tontillo, paniers (el tontillo en Francia), guardainfante. Todos son formas de moldear el cuerpo según los cánones de belleza de la época.


Verdugado

El verdugado era un tipo de saya de la indumentaria femenina cortesana a partir del siglo XVI. Estaba formado por un armazón de alambres de madera o ballenas, o de aros ("verdugos") forrados y cosidos por su parte externa creando un cuerpo cónico. Se registra su aparición en el reinado de Isabel la Católica​ y sería el modelo para otros 'inventos', como el guardainfante, el panier, el tontillo, el miriñaque o la crinolina.​

De origen español, el verdugado se extendió posteriormente a toda Europa. En Inglaterra apareció hacia 1.545 y, dado su elevado precio, fue adoptado en la vestimenta de las clases altas. A lo largo del siglo XVII se dejó de utilizar, sustituyéndose por el aún más aparatoso e incómodo guardainfante, que ampliaba el aspecto acampanado de las prendas inferiores


El verdugado pasó de España  a Francia, Inglaterra y otros países. Este tipo de miriñaque de tela y cañas se instauró como prenda habitual durante el reinado de Carlos I de España, extendiéndose su uso por Europa desde nuestro país. Fue su nieta Isabel Clara Eugenia, hija de Felipe II e Isabel de Valois, la que más veces aparece retratada utilizando bajo su vestido el verdugado español.

Guardainfante
 Las españolas no renunciaron al verdugado, y sobre él fueron elaborando las siluetas que precedieron al “guardainfante”, que hace su aparición alrededor de los años treinta, no sin antes pasar por la crítica de los moralistas y legisladores de la época. Se llama guardainfante a una especie de armazón redondo muy hueco hecho de varas flexibles unidas con cintas utilizado en la cintura por las mujeres españolas durante el siglo XVII. En opinión de los contemporáneos, vino de Francia, al parecer por obra de unos cómicos que actuaron en Madrid, cuando ya en este país había pasado de moda. Se dio la curiosa circunstancia de que, en contra de lo que solía suceder, no apareció primero en el traje de corte, para después generalizarse entre el resto de los estamentos sociales, si no que su aparición y divulgación se dio primero fuera del círculo cortesano. El modelo francés consistía en una plataforma de mimbre a la altura de las caderas, pero las españolas lo convirtieron en un complicado armazón realizado con aros de madera, alambre o hierro unidos entre sí con cintas o cuerdas que se completaba en la parte superior con mimbre, crin y otros materiales para enfatizar las caderas. El guardainfante se vestía sobre varias enaguas y sobre él, a su vez, se ponía la pollera, falda interior realizada con tejidos ricos de vistosos colores y a veces acolchada con lana para redondear las caderas, encima de la cual se colocaba la falda exterior femenina llamada basquiña. La basquiña a su vez, era una falda exterior con pliegues en las caderas usada por las damas españolas desde el siglo XVI al XIX. Normalmente era de color negro y estaba asociada a las ceremonias más solemnes. El uso del guardainfante se refleja claramente en los cuadros pintados por Velázquez a la familia real como Las Meninas. La aparatosa prenda desapareció definitivamente de España en la segunda mitad del siglo XVII siendo reemplazada por el tontillo y una moda de origen francés más confortable para las mujeres.

Tontillo

   Tontillo es uno de los nombres que se le dio a un armazón interior para ahuecar las faldas.​ En el grupo de los verdugados, se le puede considerar hijo del guardainfante y su continuador, el guardapiés.​ Estaba dotado como algunos de ellos de aros o ballenas para aumentar la apariencia del cuerpo femenino; se vistió en la indumentaria femenina durante los siglos XVII y XVIII. Cuando en el comienzo del siglo XVIII el tontillo conquistó la moda francesa, se rebautizó como panier (precedente del miriñaque y la crinolina), haciendo referencia a los paniers, cestas que cuelgan a ambos lados en los animales de carga. El tontillo francés fue aumentando gradualmente de amplitud a medida que transcurría el siglo de las luces, llegando a alcanzar casi un metro de largo por cada lado en la época de María Antonieta,​ lo que obligó en muchos casos a modificar las puertas de los carruajes, hogares y establecimientos para que las damas pudieran acceder con facilidad (esta falta de funcionalidad sin embargo permitía a las damas un constante cimbreo o baile para caminar de costado, que debía resultar muy atractivo e incluso seductor, según describe Choderlos de Laclos).​

Pero no fueron solo las mujeres las que por seguir la moda se sometieron al uso de accesorios peligrosos para la salud. A continuación pasamos a un ejemplo masculino: el cuello rígido

Los cuellos rígidos para las camisas

Inventado en el siglo XIX, el collarín desprendible hizo que los hombres ya no tuvieran que cambiarse la camisa todos los días.Pero estaba almidonado hasta tener una rigidez que demostró ser letal."Los llamaban 'asesinos de padres'

"Podían cortar el flujo sanguíneo a la arteria carótida. Los hombres de la época eduardiana los vestían como un accesorio de moda", apunta.

"Iban a los clubes de caballeros, se tomaban uno cuantos vasos de oporto y se quedaban dormidos en un sillón con su cabeza inclinada hacia adelante. En realidad, se sofocaban".

En un obituario de The New York Times de 1888 titulado "Estrangulado por su collarín" se describe como un hombre llamado John Cruetzi fue hallado muerto en un parque.

"El forense pensó que el hombre había estado bebiendo, se sentó en un banco y se quedó dormido".

En su reporte señaló que el hombre inclinó la cabeza sobre su pecho y luego su rígido collarín le obstaculizó la tráquea e impidió el flujo de sangre en las venas "provocándole la muerte por asfixia y apoplejía".

El corsé

A todos nos viene la imagen del corsé y enseguida la relacionamos con el siglo XIX y con esas cinturas tan apretadas que llegaron a tener las damas. Durante el Londres victoriano se hizo muy popular una revista llamada Police News que, mezclando texto con imágenes, narraba sucesos morbosos que habían sucedido recientemente como el de "La muerte por el nudo apretado" que a continuación reproduzco:


"Una triste muestra de esta perniciosa práctica tuvo lugar en New Town el sábado por la noche. Dorothea, la hija mayor de  Vincent Posthelthwaite (un respetadísimo y rico mercader de New Town), murió de repente en un baile celebrado en la casa de su padre. Mientras bailaba con un joven caballero con el que estaba prometida, vio su compañero como se quedaba pálida y jadeaba espasmódicamente en busca de aire; Se tambaleó durante unos poco segundos y cayó. La impresión general fue que se había desmayado. Los remedios habituales fueron aplicados sin producir el efecto esperado. Cuandi llegó un doctor , quien tras examinar a la paciente, solo pudo  certificar la muerte de la desdichada dama".

La consternación de la familia y de los invitados puede imaginarse con facilidad,  la cual no mejoró ni por asomo cuando el  médico declaró que Miss Posthelthwaite no había muerto sino por un nudo apretado. La actividad del corazón había sido impedida, la emoción y el esfuerzo, bajo las circunstancias, un esfuerzo excesivo para el organismo y por tanto muerte súbita.

Sus ajustados cordones dieron origen a la expresión strait-laced (algo así como "persona amarrada muy fuerte", pero que se traduce al español como "puritano"), dándole una respetabilidad victoriana a la mujer que lo usaba.

Y también generó la frase loose women (algo así como "mujeres de nudo suelto", que se traduce al español como "mujeres fáciles"), insinuando que quienes no utilizaban la prenda tenían morales tan libres como sus cordones.

Cintura de avispa
El corsé provocaba dificultades respiratorias. mareos e incluso hemorragias internas. Otros órganos internos quedaban expuestos a daños, al tener que modificar su posición natural para amoldarse a la nueva forma ósea impuesta por el corsé".

Entre finales de la década de 1860 y comienzos de los 90, la  prestigiosa revista médica The Lancet publicó al menos un artículo al año sobre los peligros médicos de ajustarse demasiado los cordones.

Y todo no quedó en dificultades respiratorias o daño de órganos. En 1903, Mary Halliday, de 42 años y madre de seis hijos, murió repentinamente tras sufrir convulsiones.

El periódico The New York Times reportó que durante su autopsia "se encontraron dos pedazos de acero de corsé clavados en su corazón, con una longitud total de ocho pulgadas y tres cuartos (22,2cm)".

Sería imposible realizar algo parecido a una estimación acertada de las miles de personas que han caído víctimas de la odiosa moda del nudo apretado.

No era necesario estar bailando o estar realizando algún ejercicio físico. A veces la muerte súbita se producía mientras la mujer paseaba tranquilamente por unos jardines.

Una niñera murió camino del parque empujando un cochecito de niño en la década de 1860. Tenía sólo 19 años. El médico afirmó que la muerte se había acelerado por la opresión en el pecho, producida por los lazos del corsé. La muchacha había muerto por querer tener una cintura de avispa, tan de moda en la época. Éste fue uno de los muchos incidentes que indujeron a los médicos a cuestionar la inteligencia de las mujeres que usaban corsés tan apretados.

Durante la mayor parte del siglo XIX los lazos que ceñían el corsé a la espalda se apretaron cada vez más, pues las mujeres de todo rango y condición social querían mostrar un talle esbelto. La codiciada cintura (53-58 cm) sólo se conseguía con un corsé.

Los corsés se apretaban tanto que las mujeres apenas podían respirar. Otra de las torturas a las que se sometían en nombre de la moda consistía en colocar una pieza de madera entre el corsé y el vestido.

Algunas mujeres decían que los corsés ceñidos les resultaban agradables. Una periodista describió en una revista femenina británica la “deliciosa sensación, entre el dolor y el placer” que experimentaba cuando le ataban los lazos. Sin embargo, el uso del corsé producía, entre otras dolencias, mareos y desmayos, trastornos circulatorios y problemas cardiacos.

La moda era especialmente nociva para las mujeres embarazadas. Llegó a afirmarse entonces que muchos embarazos se habían malogrado por la deformación corporal producida por la opresión de los lazos.

Las modas cambiaron a finales de 1860 cuando el centro de atención pasó de la cintura al trasero. Para ello se usaba una estructura de alambre que sobresalía en ángulo recto. En la década de 1890 se pusieron de moda las curvas fluidas, pero el corsé sobrevivió hasta 1910.

El vendaje de los pies en China

 
Dice una leyenda que en el siglo X, el emperador Li Yu ordenó a su concubina favorita vendarse los pies con cintas de seda y bailar sobre una plataforma que tenía esculpida una flor de loto.

Verdad o no, lo cierto es que las primeras que empezaron a vendar sus pies fueron las bailarinas del palacio en el siglo X, con el objetivo de realzar la gracia de sus movimientos.

La práctica de vendar los pies comenzó en la corte china en el siglo X. Unos 200 años después se generalizó entre las clases altas y alcanzó su apogeo durante la dinastía Ming (1368-1644). La dinastía Manchú, que gobernó China entre 1644 y 1911, publicó varios edictos prohibiendo esta práctica, y sus mujeres jamás se vendaron los pies.
Símbolo de sensualidad y deseo, los pies deberían reunir las siguientes características: ser delgados, pequeños, puntiagudos, arqueados, perfumados, suaves y simétricos.

El rito de iniciación comenzaba cuando la niña contaba con 6 o 7 años. Encerradas madre e hija en una habitación, se colocaban los pies en remojo con una mezcla de hierbas y sangre animal para eliminar las posibles infecciones de la piel. Seguidamente se le cortaban las uñas y en ese momento su propia madre le rompía los 4 dedos más pequeños y los doblaba bajo la planta, aprisionándolos contra el talón  con las vendas de seda o algodón con seda o algodón. Desde ese día y durante unos 10 años se repetía el proceso cada 2 días. El dolor que se sufría era insoportable, hasta que el nervio moría literalmente y el pie encogía 10 centímetros, estando completamente muerto, causando por ello un gran hedor. Las vendas que se cambiaban cada 2 días se apretaban cada vez más, y las infecciones eran habituales.

A medida que los pies crecían, el puente se rompía y los huesos se deformaban. Aunque la mujer se acostumbraba al dolor, quedaba impedida para el resto de su vida y tenía dificultad para caminar.

Tras la caída del viejo orden social, en 1912, muchas mujeres intentaron quitarse las vendas de los pies, pero las que llevaban más de 10 años con las vendas puestas descubrieron que sus pies no soportaban el peso del cuerpo y sangraban cuando intentaban caminar.

Su prohibición comenzó en 1911, pero la verdadera desaparición de la tradición fue por el cambio de mentalidad y significado, propiciado por las influencias europeas. Se empezó a ver como algo insano y bárbaro y como un obstáculo a la modernización, hasta que en 1957 se vendaron por última vez los pies de una china, poniendo fin a una tradición de más de 1000 años de antigüedad.

La fotógrafa británica Jo Farrell retrató a la última sobreviviente con pies atados para su proyecto Living History.



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(1) En los años siguientes a la guerra civil española, escaseaban productos muy básicos. Había un barquito conocido como "el falucho de Rota", que unía Cádiz y Rota. En ese barquito venía una mujer de Rota que, en grandes bolsillos bajo sus faldas traía tomates y pimientos (los tomates de las huertas de Rota tenían fama). Mi bisabuelo tenía una tienda y se los cambiaba por tabaco (que estaba racionado). De vuelta a Rota aquella mujer vendía el tabaco y se sacaba un dinerillo que sin duda le hacía mucha falta.

(2) Al escribir esto he comprendido una escena de una película que vi sobre la reina Victoria de Inglaterra. Antes de llegar al trono, a una joven Victoria su madre le prohíbe bajar la escalera sola. Si deseaba o necesitaba bajarla, tenía que esperar a que acudiera su madre, que la llevaba de la mano mientras bajaba.

(3) En una fábrica de lejía murió un operaria al engancharse su crinolina en una máquina giratoria.

(4) Aunque parezca extraño, existía ropa interior de este color. Se consideraba propia de mujeres de baja clase social y muchas prostitutas lucían orgullosamente enaguas rojas.

FUENTES:





Blog "Anacronicos recreación histórica": Muerte por corsé


  



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