lunes, 3 de mayo de 2021

51. El "Sálvame" del siglo XVII


 Mientras trato de escribir esta entrada, en mi cuarto de estar resuena una fuerte discusión en la que los colaboradores del programa en la que  tratan de sonsacar a gritos a un ex-novio (cuya única profesión conocida es concursante de reality-shows de Telecinco) de Gloria Camila (hija adoptiva de Rocío Jurado) sobre si se apropió de alguna otra cosa aparte de un pijama de su novia (Gloriaca, como la llaman en el zoológico rosa), pijama que apareció un poco después en alguna revista sobre el cuerpo serrano de la siguiente novia del mencionado (Sofía Suescun, también concursante de reality-shows y cazadora profesional de famosillos de segundo pelo).  A tenor del furor que muestran los "periodistas" deben estar tratando un tema de alcance mundial. Y nosotros, mientras tanto, tan ajenos y tan tranquilos.

Pues esto no es nuevo, Telecinco no ha inventado nada. En siglos pasados, cualquier país europeo mantenía una legión de espías por los países de alrededor, tanto amigos como enemigos, con la única misión de enterarse de hablillas y enredos que circularan por palacios, pasillos, cocinas y, sobre todo, dormitorios reales. Que nunca se sabe cuando podrían ser útiles esas informaciones, aunque fueran más falsas que un ducado de plástico. ¿O es que no nos hemos enterado de los trapos sucios de los mismísimos patriarcas bíblicos? Que si Caín tenía la mano muy larga, que si Noé le daba a la botella, que si los vecinos de Abraham en Sodoma eran "blandos de cintura" (como decía mi abuelo)...

El Sálvame del siglo XVII tenía, por ejemplo, una mina en Versalles:

Luis XIV, casado con María Teresa de Austria, hija de Felipe IV y de Isabel de Borbón. La infanta española era de carácter frío y había sido educada en la muy austera corte española, que era como la cara opuesta de la frívola Versalles. El rey iba de amante en amante, de oca a oca y con los rizos a lo loco,  la Duquesa de La Vallière, muy guapa, hay que reconocerlo, pero más coja que San Ignacio de Loyola, Shakespeare, Quevedo, Tayllerand, Walter Scott, Lord Byron o Roosevelt juntos, la Duquesa de Orléans, su propia cuñada, ¡qué escándalo! , y un amor adolescente que casi echa al traste el tratado con España. Luis se había enamorado a principios de su reinado de la ambiciosa María Mancini, sobrina del Cardenal Mazarino. Es más, el día de su primer encuentro con la española, el Rey viajó hasta la Isla de los Faisanes con la imagen de la sobrina de Mazarino clavada en su retina. No le apetecía ni un pelo casarse con esa desconocida; esa prima procedente de la belicosa y austera España. María Teresa era bondadosa, de carácter tímido y poco amiga de los fastos cortesanos. Se dedicó a lo largo de su vida a ayudar a los pobres y a asistir en hospitales a las curas más desagradables. A esto se sumaba que la joven no hablaba ni una palabra de francés, y moriría sin aprenderlo del todo.

Para colmo, con la excusa de que la dote de la Reina no había sido pagada por completo por parte de España, Luis XIV inició la Guerra de Devolución en 1667. Un breve conflicto bélico entre España y Francia que supuso la invasión de buena parte de los Países Bajos españoles. Además, en el Caribe, los franceses apoyaron a los piratas (filibusteros y bucaneros) que desde la Isla de la Tortuga, atacaban a los mercantes españoles.  Mal rollo entre suegro y yerno, por si faltaba algo.

María Teresa estaba atada de pies y manos mientras Francia cortaba en lonchas finas al Imperio español. Él esperaba de ella, nada más y nada menos, que cumpliera con su papel reproductor y diera a Francia hijos legítimos. En esto cumplió, salvo que lo hizo al estilo Habsburgo: tuvo seis hijos pero solo uno logró sobrevivir, el futuro delfín. Y, precisamente, uno de los que no llegaron a adultos alimentaron toda suerte de rumores.

La hija de Felipe IV contaba bajo su cargo a un séquito de damas y consejeros, algunos españoles, para combatir el aislamiento que le brindaba la corte francesa. El Duque de Beaufort, almirante de la Marina, trajo de uno de sus viajes a un esclavo pigmeo y se lo regaló a la reina, que lo convirtió en su paje y lo tenía a su lado siempre. El esclavo fue cristianizado con el nombre de «Nabo», tras lo cual fue integrado en el círculo de confianza de la reina. En el mismo año que murió la Reina madre, falleció «Nabo» sin que se conozcan todavía hoy las causas de la muerte. En estas,  María Teresa quedó embarazada por aquellas mismas fechas del que debía ser su tercer hijo. Tras un difícil parto, la Reina dio a luz a una pequeña niña con rasgos moriscos y diversas malformaciones. Los partos de la realeza eran públicos y  en seguida corrió el chisme. La infortunada niña sólo vivió 40 días y en seguida corrió el infundio de que era hija del esclavo pigmeo y que por eso la habían quitado de en medio.

La mentalidad exageradamente puritana de María Teresa descarta casi por completo que hubiera mantenido relaciones extramatrimoniales con «Nabo», entre otras cosas porque no se conoce ningún amante en su biografía. ¿Acaso la había forzado el pigmeo? Eso resulta todavía más disparatado, porque básicamente «Nabo» era un niño de corta edad y, de hecho, corta estatura (68 centímetros).

Los médicos de la corte confirmaron que la niña murió porque «era débil y delicada, jamás tuvo salud». En este sentido, es posible que el bebé fuera de rasgos extraños por razones que iban más allá de un mal culebrón de sobremesa. La mala alimentación de la Reina y su mala aclimatación a París —un año antes había dado a luz a otra hija que murió a los pocos meses— abren el abanico de posibilidades a muchas causas médicas. Es factible que la coloración oscura de la piel de la recién nacida fuera provocada por una cianosis, es decir, a una presencia de pigmentos hemoglobínicos anómalos.

Eso sin tener en cuenta que la culpa pudo ser del padre. Tal vez los genes de la casa italiana de los Médici, fuertemente arraigados en la familia real francesa, salieron a flote con esa niña. No hay que olvidar que varios miembros de los Médici mostraron rasgos en exceso morenos.

Louise-Marie-Thérése,

Para quienes no creyeron que la niña había muerto surgió otra teoría inverosímil: la niña habría sido criada en secreto y posteriormente ocultada en un convento y se había hecho monja. Louise-Marie-Thérése (Luisa María Teresa), conocida como la «Monja Negra de Moret», personificó estos rumores y acumuló una serie de indicios para alimentar el misterio.

- Su nombre era la suma del de los Reyes de Francia. 

- Tenía una pensión vitalicia asignada de 300 libras por parte de la Corona y, según se aseguró, la Reina la visitó con cierta frecuencia en la abadía de Moret-sur-Loing, donde residía la monja.

- También la Marquesa de Maintenon, antigua aya de los bastardos reales nacidos de los amores del Rey, se dejó ver por el convento.

En cualquier caso, la monja parecía convencida de su origen real e incluso, según el duque de Saint-Simon, una vez se refirió al delfín de Francia como "mi hermano".

Según investigaciones bastante posteriores, la solución es simple. Consta que el rey el rey tenía un cochero morisco cuya mujer tuvo una hija de la que los reyes fueron sus padrinos. Al quedarse la niña sin padres, Madame de Maintenon la llevó al convento. Eso explicaría que alguna vez se refiriera al delfín como "mi hermano", siendo, como era, ahijada del rey. Incluso es posible que ella se creyera realmente hija de los reyes. También explicaría la pensión recibida del rey, que quisiera asegurar el bienestar de su ahijada.

A pesar de estar descartada. el "efecto Sálvame" es tan fuerte que se sigue escribiendo sobre "la nieta negra de Felipe IV". Como dicen algunos periodistas no hay que dejar que la verdad te estropee una buena historia.  

 


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