Una de las cosas que más me gusta cuando explico un cuadro es desvelar esos "secretillos" que muchas veces se ocultan en él y que nadie conoce hasta que no nos los explican. Por eso en 5º de carrera elegí como optativa la asignatura "Mitología e Iconografía" y esta última materia (iconografía. junto con la simbología) es el tema elegido en la mayoría de las charlas y cursos que he dado después. La pintura es un lenguaje como cualquier otro. El pintor nos está enviando un mensaje, y muchas veces ese mensaje no nos llega porque cada época tiene sus símbolos y hemos perdido el lenguaje simbólico de otras épocas de otras épocas. Para nosotros no es ningún misterio que el verde significa "adelante", mientras que el rojo significa "alto", porque estamos acostumbrados a los semáforos y estos artefactos forman parte de nuestra vida cotidiana. Sin embargo, en otra época los colores rojo y verde significan otras cosas.
Vicenzo Catena, Cristo entrega las llaves a S. Pedro. Museo del Prado. |
Ahora volvamos a la foto que encabeza esta entrada y que todos habréis reconocido como un detalle de "Las Meninas". He recortado la foto, mostrando la zona donde la menina María Agustina Sarmiento ofrece a la infanta una salvilla sobre la que hay un jarrito de barro rojo ¿A nadie le extraña? ¿No os parece raro que a la infanta le den a beber de un jarrillo de barro como si fuera una campesina? ¿No sería más normal que le ofreciera una copa de cristal u otro material más lujoso que el barro? Es que no es así. A la infanta no le están ofreciendo un recipiente para beber, sino que le están facilitando un vicio que tenían muchas damas de la época: comer barro, masticar pedacitos de un bucarito de barro, aunque os parezca mentira.
Se trata de lo que se conocía como un búcaro, una palabra de origen latino (butticula = tonelito). Con este nombre se denominaba a un recipiente de vientre abombado y cuello estrecho, hecho con una arcilla roja especial. La finura y porosidad del material mantenía el agua fresca. La arcilla solía mezclarse con ámbar gris y especias para proporcionar un olor y sabor característicos al agua contenida en la jarra, que quedaba así aromatizada. Los búcaros más preciados provenían de Estremoz (Portugal) y de Tonalá (México), por ser los más finos y fáciles de masticar, aunque también se elaboraban en Talavera de la Reina, Salvatierra de los Barros (Badajoz) o Garrovillas (Cáceres). Pero los búcaros, además de contener agua fresca y aromática para beber, tenían otra finalidad. Tras beber el agua, el frágil recipiente vacío se rompía en pequeños trozos y se ingería. Una costumbre que nos puede parecer extraña pero que era muy habitual en la época.
La bucarofagia (literalmente "comer búcaros") no se hacía con un fin gastronómico ni era producto de una patología psiquiátrica. Tenía una finalidad médica y cosmética. En aquella época se consideraba la blancura de la piel femenina como algo especialmente seductor, y que se perseguía a toda costa. Un sistema para adquirir ese color de piel, era masticar y comer los fragmentos de recipientes de barro, lo que producía bloqueo de la absorción de hierro, una forma de clorosis o anemia. El mecanismo por el que se obraba este efecto era lo que se denominaba “opilación” (obstrucción), bloqueando los conductos biliares.
Pero algunas damas perseguían otros fines:
1. Hacía disminuir o desaparecer el flujo menstrual, lo que hacía que muchas mujeres lo consumieran con finalidad anticonceptiva.
2. Otras lo hacían justo por lo contrario. La esposa del rey Carlos II lo hacía por otra razón. María Luisa de Orleans (1662 – 1689): En el caso de la consorte del rey Carlos II El Hechizado, el consumo de arcilla pretendía alargar las menstruaciones y favorecer la concepción de un heredero al trono. En vez de lograr su objetivo, fue víctima de una obstrucción intestinal y falleció a muy temprana edad.
2. Otras veces era simplemente por puro aburrimiento Algunas sustancias contenidas en la arcilla producían incluso un cierto efecto narcótico y alucinógeno, por lo que había auténticas adicciones. Muchas monjas lo consumían porque creían que así tenían visiones. La Iglesia llegó a intervenir prohibiendo su uso desde púlpitos y confesionarios.
Volvemos al caso de la protagonista de Las Meninas. Margarita Teresa de Austria (1651 – 1673): Su caso es el más célebre y posiblemente el más estudiado, debido a que el consumo de búcaros parece estar documentado en la célebre pintura de Velázquez. En ella, la infanta recibe este objeto de manos de una de sus damas, doña María Agustina Sarmiento de Sotomayor, hija del conde de Salvatierra.
Estudios modernos de medicina avalan que la protagonista del cuadro pudo sufrir del Síndrome de McCune-Albright que ocasiona, entre otras cosas, pubertad prematura con menstruaciones precoces y muy abundantes, que podrían haber sido tratadas con este peculiar remedio. El color de su piel y la forma de su cráneo parecen avalar tanto el diagnóstico como el hábito. El bucarito que es ofrecido a la infanta en el cuadro es lo que se consideraba la "dosis diaria habitual".
LA BUCAROFAGIA EN LA LITERATURA ESPAÑOLA
La duqusa de Bejar con un sirviente enano que le ofrece un búcaro. Obra de Alonso Sán- chez Coello. Madrid, Fundación Banco Santander |
Tenemos muchas referencias literarias sobre el tema. Las referencias a los múltiples usos de esta cerámica son recurrentes en la literatura del Siglo de Oro español. Autores como Góngora, Quevedo o Lope de Vega retratan esta peculiar costumbre en sus obras, generalmente de forma satírica y a veces un poco cruel con las mujeres que llevaban a cabo esta práctica.
Niña de color quebrado, o tienes amor o comes barro. (Góngora)
Belisa, de haber comido de este barro portugués sospecho que está opilada (Lope de Vega – El Acero de Madrid (1608)
— ¿Qué traes en esta bolsita?
— Unos pedazos de búcaro que come mi señora; bien los puedes comer, que tienen ámbar.
— No los gasto de Portugal; mejor como búcaros de Garrovillas.
Lope de Vega – La Dorotea (1632)
Quevedo tiene un poema que dedica «A Amarili que tenía unos pedazos de búcaro en la boca y estaba muy al cabo de comerlos»
En los diarios de la monja cronista Sor Estefanía de la Encarnación (1597-1665) encontramos esta referencia a la bucarofagia y a su poder adictivo:
... como lo había visto comer (el barro) en casa de la marquesa de La Laguna, dio en parecerme bien y en desear probarlo"
"Un año entero me costó quitarme de ese vicio” [aunque] “durante ese tiempo fue cuando vi a Dios con más claridad”.
Detalle de una pintura de la colección del Duque de Medinaceli con un sirviente negro que lleva un bandeja llena de búcaros, algunos adornados con añadidos en metal. |
ORIGEN
El origen del consumo de cerámica tuvo su origen en Bagdad, en torno al siglo X y fue importado por los árabes en su llegada a la Península Ibérica. Su uso se popularizó cuando el canon cortesano del Siglo de Oro dictaminó que las mujeres debían ser extremadamente delgadas y pálidas.
PARA SABER MÁS
En España la historiadora Natacha Seseña tiene un libro con un estudio exhaustivo titulado "El vicio del barro", publicado en 2.009 por la editorial El Viso. Es difícil encontrarlo a la venta, aunque se pueden encontrar ejemplares en bibliotecas.
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