En la entrada anterior comencé diciendo que las ideas para las entradas de este blog venían de muchas y diferentes procedencias, y mencionaba "cosas que había leído de niña". Esta es una de ellas.
Cuando era pequeña, mi padre recibía todos los años de un amigo, como regalo de Navidad, una suscripción anual a una revista mensual que yo devoraba en cuanto llegaba por correo (Selecciones del Reader´s Digest). Me parecía muy distraída, porque venían resúmenes de libros, artículos de todo tipo y relatos divertidos, tiernos, de intriga… No era española, así que trataba de muchos temas, autores y personajes desconocidos para mí. Todavía me arrepiento de no haber guardado algunos números concretos, como uno donde aparecía un relato muy divertido acerca de las deducciones de un grupo de arqueólogos del futuro al excavar lo que había sido un hotel de carretera de nuestros tiempos. Si hubiera conservado este relato estoy segura de que lo hubiera leído en clase en alguna ocasión.
En esa revista lei por primera vez, hace más de 50 años, sobre el personaje que hoy me ocupa. Le llamaban “La pimpinela escarlata del Vaticano”, así se titulaba el artículo que leí de niña. El mote, puesto por un periodista que escribió una biografía suya, estaba inspirado en la novela de la baronesa Orczy “La pimpinela escarlata”, que tenía como protagonista a un noble inglés que fingía ser un frívolo pisaverde, pero que en realidad utilizaba esa máscara para dedicarse a salvar a inocentes del terror posterior a la Revolución Francesa. Después de aquella lectura infantil me reencontré dos veces más con el personaje.
En una fecha que no recuerdo vi en televisión una película de aventuras muy antigua, protagonizada por Leslie Howard. Era una de las varias que protagonizó dando vida a aquel aristócrata inglés a quien llamaban "La pimpinela escarlata". Hizo varias peliculas sobre las aventuras de ese personaje. Por cierto, a Howard le iba estupendamente el papel de quien recibía ese nombre porque parecía una frágil florecilla (de ahí el sobrenombre) aunque fuera otra cosa muy distinta del indolente aristócrata. Recordé entonces lo que había leído, aunque seguía siendo el personaje de ficción de la baronesa la baronesa Orczy. Aunque el argumento de la película no tenía que ver nada con el personaje sobre el que leí, me hizo recordar aquel artículo de Selecciones.
Pasaron más años y en 1.984 emitieron en televisión española otra película, mucho más moderna. Se llamaba "Escarlata y negro". `protagonizada por Gregory Peck y Christopher Plummer. Y esta vez sí era sobre el personaje que conocí de niña en la revista de mi padre.
Pero nuestro protagonista no era noble, ni inglés ni vivió en la época de la Revolución. Era un sacerdote irlandés llamado Hugh O’Flaherty. Nació en 1898 en el condado de Kerry, en Irlanda. Terminó sus estudios en Roma y allí fue ordenado sacerdote en 1925. Se doctoró en teología, derecho canónico y filosofía. Después fue destinado a la diplomacia vaticana en Egipto, Haití, Santo Domingo y Checoslovaquia. De regreso en Roma, de vuelta al Vaticano, en 1941 recibió del papa la misión de comprobar el estado de
los prisioneros de guerra. Se recorría los campos de concentración del norte de Italia, buscando a aquellas personas que habían sido dadas por desaparecidas. Luego, por medio de Radio Vaticano, comunicaba a los familiares su paradero. A través de sacerdotes rurales hizo llegar a los campos alimentos, medicinas y ropa de abrigo, y consiguió la destitución por las autoridades italianas de varios comandantes de campos de concentración que eran conocidos por su dureza. En diciembre de 1942 el gobierno fascista consiguió prohibirle su actuación acerca de los campos de prisioneros.Como tanta gente, al principio había creído que las confusas y poco documentadas historias que llegaban sobre lo que estaba ocurriendo con los judíos en Polonia u otros lugares eran exageraciones, pero cuando en 1942 los alemanes empezaron a perseguir a los judíos italianos O’Flaherty se dio cuenta de la verdad de todo aquello. En una ocasión se le acercó un judío con un niño y una cadena de oro y le dijo: “Mi esposa y yo seremos detenidos en cualquier momento. No tenemos escapatoria y cuando seamos llevados a Alemania moriremos. Pero tenemos un hijo pequeño, que tiene sólo siete años y es demasiado pequeño para morir. Por favor, coja la cadena y quédese con el niño. Cada eslabón de la cadena lo mantendrá durante un mes. ¿Va a salvarlo?” O´Flaherty escondió al niño, consiguió documentación falsa para los padres, y al término de la guerra reunió otra vez a la familia.
A partir de ese momento comenzó, poco a poco, a ayudar a cualquier persona perseguida o huída de los nazis: judíos de cualquier nacionalidad, prisioneros aliados fugados, partisanos italianos, árabes… Sin darse apenas cuenta aquello tomó unas dimensiones tales que hicieron necesaria la colaboración de otras personas, una infraestructura importante, organización y planificación.
El 3 de septiembre de 1943 se produjo la rendición de Italia, que desencadenó una avalancha de evasiones de prisioneros, al relajarse un poco la disciplina. Miles de ellos se dirigieron a Roma, buscando refugio. El 14 de septiembre los alemanes ocuparon la ciudad y se pusieron como objetivo capturarlos antes de que se acogieran a la neutralidad del territorio vaticano, menos de medio kilómetro cuadrado.
Se corrió la voz de que el monseñor irlandés se ponía todos los días en un lugar fijo de la Plaza de San Pedro, para que acudieran a él todos los que necesitaran ayuda. El Vaticano era territorio neutral y aprovechó esa circunstancia para dar allí un primer refugio a los fugitivos. Poco a poco fue creando una red de escondites clandestinos: pisos alquilados, casas de colaboradores, su antiguo seminario, colegios, conventos, la residencia papal de verano de Castel Gandolfo, granjas cercanas a Roma y el interior del mismo Vaticano. A algunas personas les dio cobijo hasta el final de la guerra; a otras las tuvo escondidas hasta que les conseguía documentos falsos y podía sacarlos del país hacia lugares seguros.
Pronto se le unieron otras personas en “La Organización”.
El embajador británico ante el Vaticano, D’Arcy Osborne, no podía, por su posición, ayudarlo abiertamente, pero le proporcionaba dinero siempre que podía y puso a su disposición a un hombre extremadamente valioso:
John May, mayordomo del embajador, persona muy inteligente, que se movía hábilmente en el mercado negro obteniendo todo lo necesario y que se convirtió en su colaborador más importante; el conde Sarsfield Salazar, cónsul de Suiza; el príncipe Filippo Doria Pamphili, proveedor de grandes sumas de dinero,
Molly Stanley, institutriz inglesa de los hijos de la duquesa de Sermoneta;
Sam Derry, militar británico capturado en el norte de África que había escapado de un tren cuando atravesaba el norte de Italia. Junto con O’Flaherty, May y el conde Salazar, formó la dirección de La Organización;
Otros colaboradores fueron Delia Murphy, esposa del embajador irlandés en Roma; los tenientes Bill Simpson y John Furman; los sacerdotes Borg, Roche o Munster; los superiores de las órdenes religiosas que escondían a fugitivos en sus instalaciones; Hugh Montgomery, secretario de la embajada inglesa que posteriormente se ordenaría sacerdote…
Henrietta Chevalier, viuda maltesa con ocho hijos. Henrietta tuvo escondidos en su casa a refugiados hasta el final de la guerra. Con la sucesiva incorporación de colaboradores y ante el aumento de personas escondidas (llegó a haber más de 4.000 simultáneamente), se pudieron repartir las tareas para más eficiencia: O´Flaherty se encargaba de las visitas a los enfermos en los hospitales y a los prisioneros de la prisión Regina Coeli, de organizar nuevos refugios y de obtener provisiones; Furman y Simpson, con la ayuda de John May y el Conde Salazar, se responsabilizaban de conducir a los evadidos hasta su refugio, distribuir el dinero y hacer que los suministros llegaran a su destino; John May, que era buen dibujante y fotógrafo, realizaba falsos documentos; Derry coordinaba las operaciones; Molly Stanley vigilaba la prisión Regina Coeli e informaba de los nuevos ingresos en ella. También, con Henrietta Chevalier, visitaba allí a los enfermos. La ayuda económica procedía de Sir d´Arcy, el príncipe Filippo Doria Panphili y el Servicio de Inteligencia Británico mediante operaciones con Londres a través de Suiza y cambiando moneda en el mercado negro. Es de destacar el valor de los civiles italianos implicados, pues los militares, si eran descubiertos, eran enviados a prisión, pero para los civiles suponía directamente el fusilamiento.
El principal enemigo de O´Flaherty, que convirtió su captura en una obsesión personal, era Herbert Kappler, teniente coronel de la SS y Jefe del Servicio de Seguridad en Roma. Comenzó exigiendo a la comunidad judía de Roma la entrega de dos millones de libras esterlinas en oro con la promesa de que a cambio se les dejaría en paz. El gran rabino de Roma pidió ayuda al papa y éste apeló a la nobleza romana, logrando recaudar en poco más de 24 horas lo exigido. Kappler, por supuesto, no cumplió su palabra, e inmediatamente organizó una redada en el ghetto judío, enviando a sus habitantes a campos de concentración en Alemania. El gran rabino de Roma, Israele Zoller, pudo refugiarse en el Vaticano, y allí permaneció a salvo hasta el final de la guerra. Posteriormente pidió ser bautizado en la Iglesia católica, y tomó el nombre de Eugenio, en agradecimiento a Pío XII.
Pero Kappler es tristemente más conocido por otro episodio, la matanza de las Fosas Ardeatinas, en las que 335 civiles italianos fueron asesinados de un tiro en la nuca en represalia por el estallido de una bomba unos días antes. Después de esta masacre, Kappler estrechó aún más el cerco sobre La Organización, amenazando con detener incluso a personas protegidas por su calidad de diplomáticos.
Hubo muchos momentos de peligro: detenciones y redadas que obligaban a organizar de improviso la evacuación de docenas de refugios, interrogatorios, controles de documentación… Llegó un momento en el que O´Flaherty no podía moverse por Roma. Kappler rodeó el territorio del Vaticano de paracaidistas que montaban guardia permanentemente con orden de dispararle si atravesaba la línea que separaba el territorio vaticano de la Roma ocupada. En una ocasión O’Flaherty se libró por los pelos, escapando de casa del príncipe Doria disfrazado de carbonero. A partir de ese momento salió muchas veces del Vaticano utilizando diferentes disfraces. Otra vez le tendieron una trampa con una falsa llamada de auxilio desde una granja a las afueras de Roma, pero fue avisado. Por último, intentaron asesinarlo mientras rezaba en una capilla en el interior de la misma basílica de San Pedro, siendo salvado por May y varios miembros de la Guardia Suiza.
Por fin llegó la liberación de Roma. La Organización tenía en ese momento a su cargo 3925 fugitivos: 1695 ingleses, 896 sudafricanos, 429 rusos, 425 griegos, 185 norteamericanos y el resto de otras 20 nacionalidades. Los últimos días de los alemanes en Roma fueron momentos de confusión y desbandada. En ese momento, O’Flaherty aún fue capaz de hacer un gran favor a sus enemigos (1).
El trabajo de O´Flaherty fue reconocido con la concesión de la medalla de la Libertad con la Palma Plateada por Estados Unidos; Gran Bretaña lo nombró Caballero de la Orden del Imperio Británico, y el gobierno italiano le concedió una pensión vitalicia que no aceptó.
Pero O´Flaherty no dio por terminada su misión con el fin de la guerra. Miles de soldados italianos prisioneros fueron internados en África del Sur, por lo que sus familiares acudían al Santo Oficio en busca de noticias. Durante varios años O´Flaherty se ocupó de ellos, encargando a un grupo de sacerdotes que confeccionaran listas de prisioneros y le mantuvieran informado. También colaboró en el traslado a Israel de muchos judíos que había salvado de la persecución nazi. Por último, se ocupó de su mayor enemigo. Kappler, condenado por crímenes de guerra, fundamentalmente por la matanza de las Fosas Ardeatinas, estaba internado a perpetuidad en la prisión de Gaeta, entre Roma y Nápoles. Desde la liberación de Roma hasta 1960, O´Flaherty fue su único visitante, acudiendo a verlo una vez al mes. En 1959 Kappler pidió a O´Flaherty que lo bautizara (2).
En 1960 Hugh O’Flaherty sufrió un infarto mientras decía misa, y se retiró a Irlanda, donde vivía su hermana. Murió en su pueblo natal el 20 de octubre de 1963.
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(1) Tengo dos versiones de lo ocurrido y no puedo asegurar cuál es cierta. Según una versión, Kappler pidió en el último momento a O’Flaherty que sacara clandestinamente de Italia a su mujer y a sus hijos para salvarlos de los partisanos. Según otra versión, fue Ludwig Foch quien le pidió que salvara a su madre y a su hermana. Sea cual sea la versión verdadera, O’Flaherty lo hizo.
2) En 1977 Kappler fue trasladado de la cárcel a un hospital para ser tratado de un cáncer. Desde allí, con la ayuda de su segunda mujer (se había divorciado de la primera y se casó en la cárcel con una enfermera con la que empezó a tratarse por carta), se evadió y huyó a Alemania. Este hecho causó una crisis diplomática entre Italia y Alemania, pues en este país se ordenó que no se persiguiera al huído. Kappler murió en 1978 en Soltau.
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