Fotograma de la película "Juegos de guerra" |
......Y seguimos.
Sin tanta trascendencia como el episodio de Able Archer 83, se han producido varios otros que, mientras la mayoría del mundo lo ignoraba, nos han puesto al borde de una guerra nuclear. En esta entrada mencionaré algunos, aunque pasaré de largo por la crisis de los misiles de Cuba de 1.962, al ser un caso demasiado conocido.
Poco antes de las 9 de la mañana del 9 de noviembre de 1979, los ordenadores del NORAD en Monte Cheyenne, el Mando Nacional Militar del Pentágono y el Mando Alternativo Nacional Militar en Fort Ritchie (Maryland) notificaron súbitamente la existencia de un ataque nuclear soviético masivo de la categoría MAO-3.
Todo el sistema de represalia nuclear se puso en marcha, todas las prealertas se transmitieron, los bombarderos despegaron, la defensa civil llegó a activarse. Sin embargo, los datos procedentes de los satélites y de los radares no coincidían, no veían ningún misil soviético mientras los ordenadores aseguraban que había al menos 300 dirigiéndose a toda velocidad hacia los Estados Unidos.
La cordura se impuso y no se produjo ninguna represalia, ni siquiera cuando los ordenadores comenzaron a notificar impactos en el territorio continental de los Estados Unidos. A esas alturas, ya era evidente que se trataba de alguna clase de fallo informático.
En efecto, unas horas después se comprobó que alguien había introducido inadvertidamente una cinta de entrenamiento como fuente de datos del ordenador central de la red de análisis de amenazas. Se da la circunstancia de que por aquella época se estaba considerando la posibilidad de automatizar completamente el sistema de represalia nuclear, sin intervención humana, especialmente después que, en unas maniobras casi el 50% de la fuerza de los ICBM estadounidenses no despegara debido a problemas de conciencia de los operadores de los silos.
El 3 de junio de 1980, menos de un año después de lo anterior, los centros de mando norteamericanos recibieron otro aviso de que había un ataque nuclear soviético en marcha. Sin embargo, esta vez el ataque no parecía obedecer a ninguna lógica consistente, y además a veces los ordenadores decían que había 200 misiles soviéticos en el aire, luego que ninguno, luego otra vez que 200, y las cifras no coincidían en los distintos puestos de mando.
Esta vez no se lo tomaron tan en serio y prestaron inmediatamente atención a los datos directos de los radares y los satélites, viendo que no había ningún ataque en curso. Se determinó luego que un chip defectuoso en uno de los ordenadores había ocasionado la falsa alarma. Este incidente no trascendió a la opinión pública hasta muchos años después.
El sistema ruso de satélites de alerta temprana OKO funciona de manera distinta al DSP estadounidense. Mientras el estadounidense enfoca directamente al suelo, el ruso tiene una órbita especial, similar a la de los satélites de telecomunicaciones Molniya, que enfoca a la línea del horizonte, para detectar a los misiles conforme asciendan sobre la misma. A este tipo de órbitas polares, que se aproximan bastante a la Tierra en el hemisferio sur y se alejan de ella en el Norte, se les denomina genéricamente “órbitas Molniya”. De esta manera, con un solo satélite se puede cubrir mucho más espacio y además es más difícil que reflejos o artefactos propios de la superficie o de la atmósfera terrestre produzcan falsas alarmas. Este método es mejor, más económico, más ingenioso y más difícil de inutilizar que el estadounidense.
Sin embargo, el 26 de septiembre de 1983, sólo 25 días después del derribo de un Jumbo surcoreano por las Fuerzas Aéreas Soviéticas, con los dirigentes de la URSS aún convencidos de que se trataba de un avión espía o de “tanteo de defensas”, los satélites OKO detectaron súbitamente el lanzamiento de numerosos ICBM norteamericanos contra la Unión Soviética. Nada de análisis de los ordenadores: los satélites detectaban genuinas trazas térmicas de alta temperatura ascendiendo sobre el horizonte, y los ordenadores identificaron cinco de ellas como correspondientes a misiles balísticos intercontinentales Minuteman sin duda alguna.
Pues pese a todas estas evidencias, el teniente coronel Stanislav Petrov, del GRU (inteligencia militar soviética), en esos momentos al mando de Serpukhov-15 (centro de mando de la inteligencia militar soviética desde donde se coordina la defensa aeroespacial rusa), mantuvo la sangre fría y se negó a dar la alerta. Cuando le preguntaron después por qué no lo hizo, contestó simplemente: “la gente no empieza una guerra nuclear con sólo cinco misiles”.
Resulta que aquel día se había producido una rara conjunción entre la red de satélites OKO, la Tierra y el Sol, coincidiendo con el equinoccio de otoño: el Sol se elevó sobre el horizonte en un ángulo tal que coincidía con el área tangencial de cobertura de todos los satélites que vigilaban los campos de misiles norteamericanos, y ésto produjo en sus sensores señales térmicas falsas. Este efecto estaba previsto por los diseñadores del sistema, pero no está claro si Petrov era conocedor del mismo o no.
El 25 de enero de 1.995 un equipo de estadounidenses y noruegos lanzó un cohete que tenía la misión de estudiar las auroras boreales. Como es usual, treinta países, incluída Rusia, recibieron información previa sobre el lanzamiento. Pero este comunicado no llegó a tiempo a los operadores de los radares rusos, que informaron de la presencia de algo que tenía un comportamiento similar a los misiles norteamericanos Trident.
Boris Yeltsin, siguiendo el protocolo, recibió el maletín nuclear que lo autorizaba a lanzar un ataque atómico, aunque disponía de diez minutos para tomar la decisión. Afortunadamente, en esos diez minutos los operadores de los radares rusos pudieron determinar que el cohete no suponía un peligro para su país, por dirigirse en otra dirección. De todas formas, hasta que el suceso no fue totalmente esclarecido, 48 horas después, la fuerza nuclear permaneció en pre-alerta.
¿Qué hubiera hecho Yeltsin si el tiempo lo hubiera apurado más? Circulan varias versiones pero probablemente nunca sabremos la verdadera.
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