domingo, 1 de agosto de 2021

68. Pugachov, el cosaco que se hizo pasar por Pedro III

 

Nacido en una familia de cosacos del Don, a los dieciocho años Pugachov fue reclutado a la fuerza por el ejército ruso, como era habitual por aquel entonces, y separado de su familia. Combatió contra los prusianos en la Guerra de los Siete Años (1756- 1763).

En septiembre de 1773, tras haber desertado del ejército ruso después de participar en tres guerras, disgustado por el gobierno de la zarina Catalina la Grande, lideró una revuelta de los cosacos del Don a lo largo de la cuenca del Volga y del bajo Ural, dándose a conocer como el fallecido zar Pedro III, ya que a miles de kilómetros de distancia de San Petersburgo nadie conocía la apariencia del zar que había muerto asesinado casi diez años atrás. Pedro III, nieto del famoso Pedro el Grande, había muerto en 1762 asesinado por su esposa, tras reinar únicamente medio año y ser derrocado en un golpe palaciego que Catalina encabezó. Dado que Pedro apenas tuvo tiempo de darse a conocer, muchos dieron por buena la impostura de Yemelián y le siguieron entusiasmados contra la odiada prusiana que ocupaba el trono.

El levantamiento de Pugachov empezó con unos pocos centenares de cosacos, pero llegó a poner en peligro la estabilidad del gobierno imperial en la región del Volga, aunque las autoridades inicialmente le prestaron muy poca atención. Las principales razones del levantamiento, según parece, eran las míseras condiciones de los cosacos, que habían pasado a un segundo plano social, y en general de toda la servidumbre rusa, que vivía prácticamente en condiciones de esclavitud para sus señores, según la estructura social y de poder que imperaba en la Rusia de aquel entonces.

Pugachov impartiendo justicia

Su escaso número inicial no preocupó a las autoridades pero a medida que fue creciendo y extendiéndose por la región del Volga, donde se les unió el campesinado ruso, el asunto tuvo que empezar a considerarse. Poco a poco se incorporaron también otros grupos y etnias, como los tártaros o los bashkires, respaldados además por el bajo clero, tanto el ortodoxo como el protestante, católico e incluso musulmán, en apoyo de la libertad religiosa.

El movimiento, que tenía fuertes tintes sociales y revolucionarios, fue volviéndose progresivamente más violento: por indicación del propio líder, los siervos asesinaban a sus amos -familiares incluidos-, las haciendas acababan en llamas y, en suma, el orden se subvertía amenazando incluso a las ciudades, ya que el el ejército ruso se encontraba muy lejos en esos momentos, luchando con los turcos.

Pugachov supo ganarse simpatías entre las masas empobrecidas al proclamarse directamente como el zar Pedro III (y no como un simple usurpador carismático) y mover serias turbulencias políticas en las provincias imperiales rusas, sobre todo en las de Astracán y de Oremburgo, movilizando una tropa numerosa de rebeldes, con apoyo de clérigos locales, tanto cristianos ortodoxos como protestantes, e incorporando a sus filas cosacos, campesinos rusos, tártaros, y turcomanos, todos descontentos con su situación inferior dentro de la sociedad rusa.

La revuelta obtuvo importantes victorias atacando primero pequeños destacamentos militares en una región tradicionalmente poco atendida por el gobierno zarista, ya que la mayoría de las fuerzas de combate rusas se hallaban en el frente turco, intentando abrir una salida al mar por el puerto de Azov. La autoridad central no prestaba mayor importancia a la revuelta, hasta cuando se supo que Pugachov y sus hombres controlaban ya una extensa región en las planicies al este de los Urales.


La violencia de su ejército fue aumentando, atacando las grandes fincas de los terratenientes, asesinando a los que habían sido sus señores y violando y matando a sus mujeres e hijas. El rostro de Pugachov se pintó sobre un cuadro de Catalina la Grande dejando únicamente los ojos de la zarina, como un acto de humillación al poder, mientras Pugachov creaba una improvisada burocracia civil y militar con sus seguidores más capaces, copiando en lo posible la estructura del régimen de Catalina la Grande. 

Posteriormente, al reunir un ejército de varios miles de combatientes, Pugachov atacó la ciudad de Oremburgo en octubre de 1773, sitiando la ciudad aunque sin poder conquistarla. Poco después, en noviembre del mismo año, sus tropas tomaron por asalto la ciudad de Samara, importante foco comercial, controlando así una extensa zona entre los Urales y el Volga, lo cual aumentó la alarma en la corte de Catalina la Grande y exigió el envío de más tropas para detener una rebelión que adquiría proporciones masivas.

La tropa de Pugachov formada por 30.000 hombres llegó a ocupar la importante ciudad de Kazán el 12 de julio de 1774, pero no pudo dominar su ciudadela fortificada, y éste resonante éxito fue finalmente de poca importancia en tanto los rebeldes fueron derrotados y casi exterminados por las tropas imperiales enviadas en auxilio de dicha ciudad.

Posteriormente, el ejército de los rebeldes fue vencido antes de llegar a Tsaritsyn (actual Volgogrado) en agosto de 1774, con grandes bajas para las tropas imperiales, pero con gran pérdida de vidas entre los hombres de Pugachov.

Se intentaron varias tácticas contra él. Así, se capturó a su familia y fue mostrada públicamente pueblo por pueblo para demostrar que él no era el asesinado zar. Pero el fin de las hostilidades llegaría con la firma del tratado de paz con el Imperio otomano, que permitió a las tropas rusas estacionadas en el sur repeler el levantamiento del líder cosaco. Con tropas rebeldes indisciplinadas, sin armamento adecuado, y con la dudosa lealtad de algunos de sus seguidores, Pugachov y sus tropas sufrieron severas derrotas.

Pugachov acabó siendo traicionado por sus soldados en septiembre de 1774, después de que se ofrecieran 10 000 rublos de plata por él. Fue capturado y trasladado a Moscú encerrado dentro de una jaula metálica especialmente fabricada para la ocasión, donde sería juzgado por un tribunal especial. Los suyos, excepto los mandos, recibieron un indulto general -aunque la familia fue desterrada-, pero a él le cayó la atroz condena habitual en la época para los delitos de lesa majestad: muerte por descuartizamiento y evisceración. Sin embargo Catalina, que siempre se había mostrado partidaria de limitar la pena capital, ordenó que antes le decapitaran para ahorrarle sufrimiento; luego se quemó el cuerpo (y su casa) y las cenizas se esparcieron al viento, además de decretarse una damnatio memoriae. Era el 10 de enero de 1775.

Lógicamente, la figura de Yemelián Ivánovich Pugachov fue reivindicada por los revolucionarios de 1917, que, salvo los bolcheviques (reacios a mencionarlo demasiado por haberse autoentronizado e instaurado un sistema patriarcal al estilo cosaco que conservaba la servidumbre), se declararon herederos de su obra y rebautizaron con su nombre la ciudad de Nikoláyevsk. 


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