Las cortes de los reyes daban lugar a algunos oficios bastantes curiosos.
Algunos altos funcionarios egipcios de la dinastía XVIII fueron nombrados arrulladores. Este cargo, desempeñado tanto por hombres como por mujeres, consistía en arrullar a los niños para que se durmiesen, por lo general, los hijos del faraón. Se trataba de una función bien diferenciada de la de las nodrizas, que tenían la misión de amamantar a los pequeños.
En España, en la época de los Austrias, había una enorme cantidad de oficios relacionados con las cocinas. Uno de ellos era el portero de cocina, que tenía la responsabilidad de que sólo estuviera dentro de la cocina el personal autorizado, impidiendo la entrada de curiosos o maleantes. También tenía a su cargo a mozos y galopines.
En la corte de Luis XV de Francia se creó la figura del portacorbatas, un criado cuyo único cometido era abrochar y desabrochar la corbata al rey.
Yo puedo aportar, por mi propia experiencia un oficio curioso que encontré en un padrón del siglo XVIII: el caniculario de la catedral. El caniculario era el encargado de cuidar de que no entrara en la iglesia (en el caso al que aludo, la catedral de Cádiz) animales que estaban sueltos por la calle. También solía ir a la cabecera de las procesiones apartando a los animales del trayecto de las procesiones.
La palabra caniculario proviene de canicula, (perrita) y arius, (el que se encarga de los perros). De que también aparezcan en los documentos como echaperros y perreros en las catedrales. He tenido noticia de un documento en el que se informa de que el caniculario de la catedral de Jaén cobraba 50 ducados como caniculario y y ocho fanegas de trigo y 550 reales por otros conceptos y servicios.
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