Los Juegos Olímpicos de San Luis 1.904 arrancaron con mal pie desde el comienzo, en gran parte por ser concebidos como una atracción más de la Exposición Universal, con lo que el deporte y el espíritu olímpico pasaban a segundo plano, valorándose más el interés económico y el éxito de la Exposición Universal.
La ciudad de Chicago había sido la sede original, elegida por el COI desde 1901. Pero la antigua Lousiana francesa vendida por Napoleón en 1803 por 80 millones de francos-oro, se aprestaba a festejar el centenario de su incorporación a los Estados Unidos con una Exposición Universal aplazada para 1904, y reclamó para sí los III Juegos Olímpicos de la Era Moderna. La amenaza de hacer Juegos parecidos en la Feria Mundial en las mismas fechas y una campaña de desprestigio lograron que el COI buscara la mediación. La decisión definitiva sobre la elección de la sede la tomó el Presidente estadounidense Roosevelt.
- Las consecuencias fueron que muy pocos deportistas podían permitirse el viaje, lo que se tradujo en una paupérrima participación de deportistas y insignificantes resultados deportivos. Apenas 12 países enviaron delegaciones. Reino Unido solo envió un deportista y Francia, Italia y España no participaron. El caso es que la mayoría de los participantes era de Estados Unidos o Canadá, y el público también era escaso. Las competiciones se alargaron durante cinco meses debido a los fallos de ubicación y organización.
- Pasó de todo: dopaje, trampas... Gran parte de estos desastres se concentraron en la prueba de maratón campo a través. En la línea de salida, el 30 de agosto de 1,904, a 33 grados de temperatura había 14 corredores: 19 estadounidenses, 9 griegos, 3 británicos y 1 cubano, para correr los 40 kilómetros, que en ese momento tenía la prueba. Uno de los organizadores decidió que era un buen momento para probar la "deshidratación forzada", para grandeza de la ciencia. Solo había un punto de avituallamiento con agua disponible durante toda la carrera: un pozo al costado de la carretera en la marca de las 12 millas. El calor era enorme, 33 grados centígrados, lo que unido al polvo de los caminos sin asfaltar y las piedrecillas levantadas por los coches de control, afectó a los participantes. De los 32 participantes que comenzaron comenzaron la carrera esa tarde, solo terminarían 14, el número más bajo en la historia Olímpica.
Los participantes en la maratón |
Los africanos Jan Mashiani y Taunyane fueron perseguidos por unos perros agresivos durante más de una milla, lo que les obligó a desviarse del recorrido marcado y dar un rodeo. Ambos acabaron entre los 14 afortunados que terminaron la carrera, en los puestos 9 y 12.
Carvajal |
Fred Lorz |
Justo cuando estaba a punto de ser presentado con el trofeo del ganador, nada menos que por la hija del presidente, Alice Roosevelt, un miembro del público pidió detener el proceso asegurando que Lorz era un "impostor". Se comprobó que Lorz, agotado y deshidratado, había abandonado la carrera en el kilómetro 9. Fue recogido por el coche de su entrenador que lo llevó 11 kilómetros, adelantando a los demás corredores, hasta las proximidades de la meta. Lorz, que se había recuperado, mandó parar el coche, se bajó y llegó a la meta como si fuera el ganador. Lorz se disculpó diciendo que "solo era una broma" y que no era su intención no era mantener la farsa.
Más tarde, salió a la luz que en la marca de las nueve millas, Lorz había comenzado a sufrir calambres, agotamiento y deshidratación. Abandonó y se subió a el automóvil de su entrenador durante las siguientes 11 millas, adelantando a los demás corredores. Cerca de la meta, ya recuperado, mandó parar el coche del vehículo y correr hasta la meta presentándose como ganador. Lorz continuaría afirmando que solo había terminado la carrera como una "broma" y nunca había tenido la intención de mantener la farsa. Eso dijo, pero entró en el estadio saludando al público y levantando los brazos, así que lo de broma no se lo creía ni él.
Thomas Hicks |
Pero si la maraton fue risible, Hubo otra cosa que no se puede calificar sino como vergonzosa.
A alguien se le ocurrió que era una buena idea reunir a representantes de diferentes pueblos indígenas del mundo y llevar a cabo una parodia de los Juegos Olímpicos. Oculta bajo la coartada de la ciencia antropológica, la verdadera razón de ser de estas jornadas indisimuladamente racistas era demostrar la supuesta superioridad atlética de los deportistas de raza blanca, además de divertir al público con un evento complementario a los Juegos genuinos. A alguien se le ocurrió que era una buena idea y el olimpismo, más de un siglo después, sigue avergonzado por el capítulo más oscuro de su historia.
La idea de los promotores era organizar una competición en la que aborígenes de todo el planeta se enfrentaran entre sí en diferentes disciplinas atléticas. Llamaron al invento Juegos Antropológicos (también conocidos como Jornadas Antropológicas o Días Antropológicos). A pesar de que, en sentido estricto, no pertenecían al programa olímpico, estaban concebidos como un apéndice de los mismos, celebrados un par de semanas antes, como aperitivo a la programación oficial. Si se prefiere el símil musical, el papel de las Juegos Antropológicos era ejercer de teloneros de los Juegos Olímpicos de San Luis.
En la misma Exposición Universal había unos 3.000 aborígenes de diferentes procedencias, expuestos para la contemplación del público asistente a la muestra. Esta exhibición de seres que se consideraban primitivos, como si fueran zoológicos humanos, era común en Estados Unidos y Europa a finales del siglo XIX y principios del XX, en pleno apogeo del colonialismo y la antropología social, una disciplina que pretendía categorizar y jerarquizar a los humanos en función de su raza.
El fin último del proyecto era comparar el rendimiento de los participantes en los Juegos Antropológicos con el de los atletas que competían en los Juegos Olímpicos. La idea era perversa desde la premisa. Unos eran deportistas de élite, acostumbrados a entrenar regularmente su disciplina, mientras los otros, en la inmensa mayoría de los casos, no habían practicado jamás el deporte para el que se les había reclutado. Muchos ni siquiera entendían en qué consistía la prueba que se les pedía realizar, puesto que las reglas se enunciaban justo antes de empezar la competición y las explicaciones solo se daban en inglés. En las carreras, al escuchar el pistoletazo de salida, algunos se quedaban paralizados de miedo y otros no sabía qué hacer o de qué protegerse. En la llegada, muchos psaban por debajo de la cinta, todo entre las risas de los espectadores.
Sullivan y McGee pretendían demostrar que sus ideas racistas eran ciertas y para ello no dudaban en hacerse trampas al solitario. Aunque se consideraban hombres de ciencia, su procedimiento era todo lo contrario al método científico: partiendo de la conclusión a la que querían llegar, crearon el entorno adecuado para obtener los datos que confirmaran su teoría. En nombre de la antropología, montaron un espectáculo racista para divertir al espectador y confirmar sus prejuicios. En las octavillas que fueron repartidas, los organizadores vendían el acontecimiento como "la primera competición atlética del mundo en la que los salvajes son los únicos participantes".
Durante dos días, alrededor de un centenar de indígenas de todo el mundo, hombres únicamente, compitieron en diferentes disciplinas para sorpresa de unos y divertimento de otros. Puesto que el evento se celebró en Estados Unidos, predominaban los nativos de diferentes tribus, pero también participaron aborígenes de varios pueblos de filipinas (recientemente conquistada por Estados Unidos en la guerra contra España), pigmeos africanos, patagones argentinos, zulúes, árabes del norte de África y ainus de Japón, entre otros.
En primer lugar, los atletas fueron clasificados en grupos raciales para competir por separado en series clasificatorias. El objetivo era encontrar al ganador de cada grupo para enfrentarlos en la final. El programa se dividió en dos partes. El primer día se celebraron competiciones atléticas que formaban parte del programa olímpico regular: carreras de diferentes distancias y relevos, salto de altura y longitud, etc. La segunda jornada se reservó para actividades que se suponían propias de los aborígenes, como lanzamiento de jabalina, ascenso a árboles, tiro con arco o lanzamiento de barro.
Como no podía ser de otra manera, el evento fue un desastre desde cualquier punto de vista, en gran parte porque muchos de los participantes desconocían las reglas básicas. Incluso ignorando el racismo del planteamiento, era imposible hacer ningún análisis del disparatado experimento.
Sin embargo, las conclusiones llegaron. Sullivan confrontó las marcas de los competidores en las jornadas antropológicas con las de campeones olímpicos como el campeón Ray Ewry, concluyendo que la comparación "demuestra sin lugar a dudas que los salvajes no son los atletas natos que nos habían inducido a pensar". "Los salvajes han sido muy sobrevalorados desde un punto de vista atlético", añadía. "Hemos oído maravillas de los corredores indígenas, de la resistencia de los negros del sur de África y las habilidades naturales de los salvajes en cuestiones atléticas, pero los acontecimientos de San Luis demuestran lo contrario".
Aunque los promotores del invento consideraron que las Jornadas Antropológicas habían sido un éxito, el olimpismo se desmarcó del proyecto. El propio Pierre de Coubertin, creador de los Juegos Olímpicos modernos y presidente del COI en aquel momento, censuró el experimento de Sullivan y McGee. Su crítica inicial fue tibia, pero con el tiempo admitió que las jornadas habían sido "particularmente bochornosas". En sus memorias, el barón aludía a los Juegos Antropológicos y lanzaba un vaticinio: "En lo que respecta a esta mascarada inaceptable, perderá toda su gracia el día que los hombres negros, rojos y amarillos aprendan a correr, saltar y lanzar, superando de largo a los blancos. Entonces tendremos progreso".