Nada bueno se puede decir de Fernando VII. Mal rey, peor persona, feo, desagradable, cruel, ingrato, desleal, manipulador, zafio, inculto, chabacano y vengativo. Las cuatro mujeres que se vieron obligadas a casarse con él son dignas de lástima.
1. En 1802, siendo todavía Príncipe de Asturias, se casó con su prima María Antonia de Nápoles, dentro de un pacto para formar un bloque con los reinos italianos de la familia, al mismo tiempo que el príncipe heredero Francisco de Nápoles, se casaba con la infanta española María Isabel de Borbón. María Antonia sufrió dos abortos y no hubo descendencia. Falleció de tuberculosis el 21 de mayo de 1806.
2. En 1816 Fernando se casó en segundas nupcias con su sobrina María Isabel de Braganza, infanta de Portugal. Fue desatendida por Fernando, que mantuvo durante el matrimonio con ella abundantes aventuras amorosas. Dio a luz a una hija, María Luisa Isabel, que vivió poco más de cuatro meses. Un año después, estando de nuevo embarazada, falleció en dramáticas circunstancias junto al bebé. Según el cronista Wenceslao Ramírez de Villaurrutia, «hallándose en avanzado estado de gestación y suponiéndola muerta, los médicos procedieron a extraer el feto, momento en el que la infortunada madre profirió un agudo grito de dolor que demostraba que todavía estaba viva».
3. La siguiente experiencia matrimonial de Fernando VII alcanzó la categoría de traumática por la juventud de la joven. La elegida fue otra de las sobrinas del Rey, María Josefa Amalia de Sajonia, de 15 años de edad, que fue obligada a casarse en 1819 con un hombre veinte años mayor que ella. Educada en un convento por la ausencia de su madre, la puritana Reina quedó asustada en su noche de boda por la brusquedad del Rey hasta el punto de que se negó a tener relaciones sexuales con su marido, huyendo a todo correr del dormitorio, después de haberse orinado del pánico. Incluso se vio obligada a mediar la Santa Sede para que la joven reina, a la que nadie había instruido previamente en aquellas tareas, aceptara como bueno y no pecaminoso el obligado débito conyugal. Sin haber quedado embarazada en los diez años que duró su matrimonio, María Josefa Amalia falleció prematuramente de fiebres graves en el Palacio Real de Aranjuez en 1829.
A las penosas circunstancias personales del rey se unían su mal estado de salud (obesidad, gota y una anomalía en su sistema reproductivo: padecía macrosomía genital, es decir, las dimensiones de su miembro viril eran muy superiores a la media.
4. Así, Fernando VII llegó a la madurez sin descendencia y con la incipiente amenaza de su hermano Carlos María Isidro de Borbón rondando el trono. Finalmente, en 1829, se casó a los 45 años con otra de sus sobrinas, María Cristina de las Dos Sicilias, de 23 años, quien, conocedora de la trayectoria de su marido, reclamó la construcción de un artefacto para mitigar la macrosomía genital del Rey. La solución llegó a través de una almohadilla perforada en el centro de pocos centímetros de espesor por donde Fernando introducía su miembro durante el coito. Finalmente, Fernando VII tuvo dos hijas: Isabel y Luisa Fernanda. Fernando VII murió el 29 de septiembre de 1833 con 48 años. La princesa de Asturias, Isabel, tenía, cuando eso ocurrió, tan solo tres años, por lo que María Cristina asumió la Regencia hasta su mayoría de edad.
La viuda regente era aún joven, bella y, para no perder la costumbre histórica entre las hembras de su apellido, también ardorosa. Tenía 27 años de modo que no tardó mucho en encontrar alivio para su soledad. Su nuevo acompañante, que ya sería su amor definitivo, fue Agustín Fernando Muñoz Sánchez, un militar que pertenecía a la Guardia de Corps en palacio. Tenemos dos versiones del momento-flechazo, ambas que parecen sacadas de una novela de Corín Tellado. Según una, la reina volvía del palacio de la Granja en un coche cubierto y a causa de los traqueteos del camino sufrió una hemorragia nasal. Agustín Fernando Muñoz, al mando de la escolta, le ofreció su pañuelo para bloquear la hemorragia. Al devolvérselo la regente, con su agradecimiento, el oficial hizo un gesto que desbocó el corazón de la solitaria mujer: lo besó y se lo guardó en el lado del corazón, bajo su guerrera.
En otra versión, María Cristina se fijó en él una noche en la que estaba de guardia y le preguntó si se cansaba, a lo que Agustín respondió: «En servicio de su majestad no puedo cansarme nunca». Sea como fuere, María Cristina no podía casarse por la cuestión de la regencia y por sus creencias tampoco podía concebir cohabitar con Muñoz sin casarse. Tenía que elegir entre conservar el trono para su hija o casarse con Agustín Fernando Muñoz.
En aquella época, existía una forma de sortear aquella disyuntiva: el 18 de diciembre de 1833, a los tres meses del fallecimiento de Fernando VII, contrajeron matrimonio secreto en el Palacio Real de Madrid ante dos testigos. Durante siete años continuó siendo regente al mismo tiempo que tenía ocho hijos con Agustín Fernando Muñoz. A los hijos los enviaban a París para su cría y educación. Hasta tal punto fue la comidilla de Madrid el matrimonio secreto de la reina María Cristina de Borbón con el capitán de la Compañía de Guardias de Corps don Agustín Fernando Muñoz y sobre sus numerosos embarazos, que hicieron circular incontables rumores. Hasta el extremo que recibió el calificativo de “mujer oficialmente viuda y públicamente encinta”. Y a Agustín Fernando Muñoz lo llamaban "Fernando VIII".
Por Madrid corrían coplillas como esta:
Clamaban los liberales/ que la reina no paría/ y ha parido más muñoces / que liberales había
A causa de estos embarazos el secreto dejó de serlo. Cinco horas después del nacimiento del último y séptimo de sus hijos con don Agustín Fernando Muñoz, María Cristina, como reina regente se vio obligada a vestirse y acudir a leer el discurso de apertura de las Cortes. Sufriendo como consecuencia del esfuerzo un desmayo.
Los acontecimientos bélicos cambiarían este estado de cosas.
La victoria del general Baldomero Espartero sobre los carlistas en 1839 rompió el equilibrio precario sobre el que se asentaba la vida de la familia oculta de la Reina regente.
Recibido en Madrid en loor de multitudes, Espartero se hizo con una copia del documento que unía en matrimonio a Fernando Muñoz y a María Cristina y le hizo chantaje:
O se marchaba, asumiendo él mismo la regencia, o lo hacía público, para escarnio suyo.
María Cristina renunció a su puesto y puso rumbo al exilio de París -seguida muy de cerca de Fernando Muñoz-, donde estaba establecida su numerosa prole.
Espartero, con el fin de asegurarse el poder y para conjurar cualquier tipo de maniobra oscura de la depuesta Reina regente, hizo público el secreto poco después.
La Iglesia, supieron entonces, no había reconocido su boda al no haberse cumplidos las condiciones básicas, esto es, tener el permiso correspondiente de los párrocos respectivos para que la ceremonia pudiera celebrarse fuera de sus parroquias.
A María Cristina, siempre religiosa, casi le dio un patatús.
Sin quererlo había vivido “en pecado” con el hombre que creía su marido, al igual que hiciera su suegra, María Luisa de Parma, con su valido, Manuel de Godoy.
La ex Reina regente apeló directamente al Papa.
Movió poderosas influencias para obtener un dictamen positivo que les devolviera a la legalidad; se gastaron una fortuna para conseguirlo.
Finalmente, lo lograrían, aunque antes tuvieron que cumplir una penitencia, que no deja de ser curiosa: prohibido tener relaciones sexuales durante tres meses.
El matrimonio entre María Cristina de Borbón y el ex guardia de Corps, Fernando Muñoz, duraría cuarenta años.
Permaneció en Francia el resto de su vida y solo volvió a España cuando su nieto Alfonso XII ocupó el trono, si bien con la limitación de no poder instalar su residencia definitiva en el país. Ni su hija ni su nieto tuvieron buena relación con ella, debido a que no vieron con buenos ojos su segundo matrimonio.
Su epitafio histórico dice que fueron un matrimonio feliz.
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