domingo, 20 de febrero de 2022

99. Los peores Juegos Olímpicos de la historia


 No todos los Juegos Olímpicos son un éxito.  Pero, para ser considerados casi unánimemente los peores de la historia y una vergüenza para el olimpismo, podemos decir que se requiere una combinación de incompetencia, dejadez, esfuerzo e intención. 

Los Juegos Olímpicos de San Luis 1.904 arrancaron con mal pie desde el comienzo, en gran parte por ser concebidos como  una atracción más de la Exposición Universal, con lo que el deporte y el espíritu olímpico pasaban a segundo plano, valorándose más el interés económico y el éxito de la Exposición Universal.

La ciudad de Chicago había sido la sede original, elegida por el COI desde 1901. Pero la antigua Lousiana francesa vendida por Napoleón en 1803 por 80 millones de francos-oro, se aprestaba a festejar el centenario de su incorporación a los Estados Unidos con una Exposición Universal aplazada para 1904, y reclamó para sí los III Juegos Olímpicos de la Era Moderna. La amenaza de hacer Juegos parecidos en la Feria Mundial en las mismas fechas y una campaña de desprestigio lograron que el COI buscara la mediación. La decisión definitiva sobre la elección de la sede la tomó el Presidente estadounidense Roosevelt.​ 

- Las consecuencias fueron que muy pocos deportistas podían permitirse el viaje, lo que se tradujo en una paupérrima participación de deportistas y insignificantes resultados deportivos. Apenas 12 países enviaron delegaciones. Reino Unido solo envió un deportista y Francia, Italia y España no participaron. El caso es que la mayoría de los participantes era de Estados Unidos o Canadá, y el público también era escaso. Las competiciones se alargaron durante cinco meses debido a los fallos de ubicación y organización.

- Pasó de todo: dopaje, trampas...  Gran parte de estos desastres se concentraron en la prueba de maratón  campo a través. En la línea de salida, el 30 de agosto de 1,904,  a 33 grados de temperatura había 14 corredores: 19 estadounidenses, 9 griegos, 3 británicos y 1 cubano, para correr los 40 kilómetros, que en ese momento tenía la prueba. Uno de los organizadores decidió que era un buen momento para probar la "deshidratación forzada", para grandeza de la ciencia. Solo había un punto de avituallamiento con agua disponible durante toda la carrera: un pozo al costado de la carretera en la marca de las 12 millas. El calor era enorme, 33 grados centígrados, lo que unido al polvo de los caminos sin asfaltar y las piedrecillas levantadas por los coches de control, afectó a los participantes. De los 32 participantes que comenzaron comenzaron la carrera esa tarde, solo terminarían 14, el número más bajo en la historia Olímpica. 

Los participantes en la maratón

William García, de California,  que inicialmente iba a la cabeza, tragó tanto polvo de los caminos rurales que sufrió una hemorragia estomacal casi fatal. Fue encontrado en el kilómetro 19, tosiendo  sangre debido a los daños en el esófago y el estómago causado por el polvo y las piedrecillas. Estuvo a punto de morir en la ambulancia.

Los africanos  Jan Mashiani y Taunyane fueron perseguidos por unos perros agresivos durante más de una milla, lo que les obligó a desviarse del recorrido marcado y dar un rodeo.  Ambos acabaron entre los 14 afortunados que terminaron la carrera, en los puestos 9 y 12.


Carvajal
Uno de los corredores, el cubano Félix Carvajal, al pisar Estados Unidos, alucinado por la "libertad", camino de San Luis, perdió todo su dinero y sus pertenencias en las mesas de juego de Nueva Orleans. Sin ropa de deporte,  llegó listo para correr completamente vestido con pantalones largos, camisa blanca de manga larga, zapatos de calle y gorra. Compadeciéndose de él, otro competidor consiguió un tijera y le cortó los pantalones a la altura de las rodillas para facilitarle la carrera. Carvajal trotaba a un ritmo razonable cuando el hambre le hizo detenerse en un huerto para comer unas manzanas. Desafortunadamente para él, las manzanas estaban podridas y los calambres de estómago que le provocaron hicieron que el atleta se tumbara al costado de la carretera donde procedió a tomar una siesta. A pesar de eso, terminó cuarto.

Fred Lorz
El primer atleta en cruzar la línea de meta fue Fred Lorz, un corredor estadounidense que ganaría el Maratón de Boston un año después. Pero en su victoria no todo era lo que parecía.

Justo cuando estaba a punto de ser presentado con el trofeo del ganador, nada menos que por la hija del presidente, Alice Roosevelt, un miembro del público pidió detener el proceso asegurando que Lorz era un "impostor". Se comprobó que Lorz, agotado y deshidratado, había abandonado la carrera en el kilómetro 9. Fue recogido por el coche de su entrenador que lo llevó  11 kilómetros, adelantando a los demás corredores, hasta las proximidades de la meta. Lorz, que se había recuperado, mandó parar el coche, se bajó y llegó a la meta como si fuera el ganador. Lorz se disculpó diciendo que "solo era una broma" y que no era su intención no era mantener la farsa. 

Más tarde, salió a la luz que en la marca de las nueve millas, Lorz había comenzado a sufrir calambres, agotamiento y deshidratación. Abandonó y se subió a el automóvil de su entrenador durante las siguientes 11 millas, adelantando a los demás corredores. Cerca de la meta, ya recuperado, mandó parar el coche del vehículo y correr hasta la meta presentándose como ganador. Lorz continuaría afirmando que solo había terminado la carrera como una "broma" y nunca había tenido la intención de mantener la farsa. Eso dijo, pero entró en el estadio saludando al público y levantando los brazos, así que lo de broma no se lo creía ni él.

Thomas Hicks
Comprobado lo ocurrido, se declaró ganador al segundo, el estadounidense Thomas Hicks, payaso de profesión. Pero resultó que su victoria tampoco era tal. Durante la carrera le habían proporcionado coñac y 1 mg de estricnina, que se inyectó para poder completar la carrera y justo después de la línea de meta sufrió un desplome. Los médicos que lo examinaron concluyeron que si se hubiera tomado una nueva dosis de estricnina habría sido fatal. La estricnina se consideraba por entonces un estimulante y, por supuesto, no existía ningún control sobre las sustancias consumidas por los deportistas

Pero si la maraton fue risible, Hubo otra cosa que no se puede calificar sino como vergonzosa. 

A alguien se le ocurrió que era una buena idea reunir a representantes de diferentes pueblos indígenas del mundo y llevar a cabo una parodia de los Juegos Olímpicos. Oculta bajo la coartada de la ciencia antropológica, la verdadera razón de ser de estas jornadas indisimuladamente racistas era demostrar la supuesta superioridad atlética de los deportistas de raza blanca, además de divertir al público con un evento complementario a los Juegos genuinos. A alguien se le ocurrió que era una buena idea y el olimpismo, más de un siglo después, sigue avergonzado por el capítulo más oscuro de su historia.

La idea de los promotores era organizar una competición en la que aborígenes de todo el planeta se enfrentaran entre sí en diferentes disciplinas atléticas. Llamaron al invento Juegos Antropológicos (también conocidos como Jornadas Antropológicas o Días Antropológicos). A pesar de que, en sentido estricto, no pertenecían al programa olímpico, estaban concebidos como un apéndice de los mismos, celebrados un par de semanas antes, como aperitivo a la programación oficial. Si se prefiere el símil musical, el papel de las Juegos Antropológicos era ejercer de teloneros de los Juegos Olímpicos de San Luis.

En la misma Exposición Universal había unos 3.000 aborígenes de diferentes procedencias, expuestos para la contemplación del público asistente a la muestra. Esta exhibición de seres que se consideraban primitivos, como si fueran zoológicos humanos, era común en Estados Unidos y Europa a finales del siglo XIX y principios del XX, en pleno apogeo del colonialismo y la antropología social, una disciplina que pretendía categorizar y jerarquizar a los humanos en función de su raza.

El fin último del proyecto era comparar el rendimiento de los participantes en los Juegos Antropológicos con el de los atletas que competían en los Juegos Olímpicos. La idea era perversa desde la premisa. Unos eran deportistas de élite, acostumbrados a entrenar regularmente su disciplina, mientras los otros, en la inmensa mayoría de los casos, no habían practicado jamás el deporte para el que se les había reclutado. Muchos ni siquiera entendían en qué consistía la prueba que se les pedía realizar, puesto que las reglas se enunciaban justo antes de empezar la competición y las explicaciones solo se daban en inglés. En las carreras, al escuchar el pistoletazo de salida, algunos se quedaban paralizados de miedo y otros no sabía qué hacer o de qué protegerse. En la llegada, muchos psaban por debajo de la cinta, todo entre las risas de los espectadores.

Sullivan y McGee pretendían demostrar que sus ideas racistas eran ciertas y para ello no dudaban en hacerse trampas al solitario. Aunque se consideraban hombres de ciencia, su procedimiento era todo lo contrario al método científico: partiendo de la conclusión a la que querían llegar, crearon el entorno adecuado para obtener los datos que confirmaran su teoría. En nombre de la antropología, montaron un espectáculo racista para divertir al espectador y confirmar sus prejuicios. En las octavillas que fueron repartidas, los organizadores vendían el acontecimiento como "la primera competición atlética del mundo en la que los salvajes son los únicos participantes".

Durante dos días, alrededor de un centenar de indígenas de todo el mundo, hombres únicamente, compitieron en diferentes disciplinas para sorpresa de unos y divertimento de otros. Puesto que el evento se celebró en Estados Unidos, predominaban los nativos de diferentes tribus, pero también participaron aborígenes de varios pueblos de filipinas (recientemente conquistada por Estados Unidos en la guerra contra España), pigmeos africanos, patagones argentinos, zulúes, árabes del norte de África y ainus de Japón, entre otros.

En primer lugar, los atletas fueron clasificados en grupos raciales para competir por separado en series clasificatorias. El objetivo era encontrar al ganador de cada grupo para enfrentarlos en la final. El programa se dividió en dos partes. El primer día se celebraron competiciones atléticas que formaban parte del programa olímpico regular: carreras de diferentes distancias y relevos, salto de altura y longitud, etc. La segunda jornada se reservó para actividades que se suponían propias de los aborígenes, como lanzamiento de jabalina, ascenso a árboles, tiro con arco o lanzamiento de barro.

Como no podía ser de otra manera, el evento fue un desastre desde cualquier punto de vista, en gran parte porque muchos de los participantes desconocían las reglas básicas.  Incluso ignorando el racismo del planteamiento, era imposible hacer ningún análisis del disparatado experimento.

Sin embargo, las conclusiones llegaron. Sullivan confrontó las marcas de los competidores en las jornadas antropológicas con las de campeones olímpicos como el campeón Ray Ewry, concluyendo que la comparación "demuestra sin lugar a dudas que los salvajes no son los atletas natos que nos habían inducido a pensar". "Los salvajes han sido muy sobrevalorados desde un punto de vista atlético", añadía. "Hemos oído maravillas de los corredores indígenas, de la resistencia de los negros del sur de África y las habilidades naturales de los salvajes en cuestiones atléticas, pero los acontecimientos de San Luis demuestran lo contrario".

Aunque los promotores del invento consideraron que las Jornadas Antropológicas habían sido un éxito, el olimpismo se desmarcó del proyecto. El propio Pierre de Coubertin, creador de los Juegos Olímpicos modernos y presidente del COI en aquel momento, censuró el experimento de Sullivan y McGee. Su crítica inicial fue tibia, pero con el tiempo admitió que las jornadas habían sido "particularmente bochornosas". En sus memorias, el barón aludía a los Juegos Antropológicos y lanzaba un vaticinio: "En lo que respecta a esta mascarada inaceptable, perderá toda su gracia el día que los hombres negros, rojos y amarillos aprendan a correr, saltar y lanzar, superando de largo a los blancos. Entonces tendremos progreso".




2 comentarios:

  1. He estado un tiempo sin comentar porque el móvil me da problemas, pero te sigo leyendo.
    La primera parte de tu post la oí hace tiempo en un podcast llamado "Aquí hay dragones", es muy curiosa. La segunda parte me parece muy cruel, Estados Unidos tiene mucho que explicar sobre su racismo detrás de la tan cacareada Tierra de la Libertad. De hecho, me ha hecho recordar otro podcast, "Aló Miami", de una española que explica muy bien cómo es la realidad de este y otros temas en Estados Unidos.
    Saludos

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    1. Hola, Isa. Me alegra muchísimo comprobar que sigues interesada en mi blog. Y te agradezco que te detengas a dejarme un comentario. Echaré un vistazo a esos podcast que mencionas. No los conocía y siempre voy a la caza de podcast interesantes. GRACIAS

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