Su talento sobrenatural lo convertiría en una figura «cuasi divina» e intocable; esto provocaría que varios papas «se hicieran ciegos y sordos» ante el difícil carácter del artista. Los desaires y la ridiculización a ciertos miembros de la Iglesia por parte del pintor protagonizaron alguna que otra «vendetta», como así ocurrió con Biagio De Cesana (maestro de ceremonias de Pablo III).
En 1505, el papa Julio II quiso traerlo a Roma para que realizara su tumba, un grandioso proyecto escultórico que entusiasmó inmediatamente al artista. Sin embargo, entre ambos se produjo una ruptura clamorosa. El papa –contará Miguel Ángel en 1523– «cambió de opinión y ya no quiso hacerlo -tras ocho meses escogiendo los mármoles-», y llegó a expulsarlo cuando el artista se dirigió a él para que le pagara por el tiempo que había trabajado en el proyecto. Buonarroti abandonó Roma «por esta afrenta». Pero el papa insistió en que Miguel Ángel trabajase para él y reclamó enseguida su vuelta a Roma para un nuevo proyecto: los frescos de la bóveda de la capilla Sixtina.
Así, Miguel Ángel que se vio forzado por Julio II a interrumpir su proyecto del monumental sepulcro del papa. Julio II le mandó detener la creación de su tumba porque deseaba su total dedicación en la nueva obra pictórica para la Capilla Sixtina. Dicha capilla tenía la bóveda con una decoración muy sencilla de estrellas doradas sobre fondo azul. Julio II quiso enriquecerla y encargó a Miguel Ángel que sustituyera aquel cielo figurado por las pinturas al fresco de los doce apóstoles en las pechinas que sustentan la bóveda. Una vez terminados, aunque el papa estaba satisfecho, pero al artista le pareció «cosa pobre». Por eso, renegoció el contrato de 1.508 y tras muchas discusiones con el papa obtuvo el permiso para pintar «lo que quisiera». Con carta blanca en el diseño de la decoración, Miguel Ángel pintó En la parte central de la bóveda una serie de nueve escenas del Génesis que muestran La Creación, La Relación de Dios con la Humanidad y La Caída del Hombre. En las pechinas están pintados doce hombres y mujeres, los profetas y las sibilas, que profetizaron que Dios enviaría a Jesucristo para la salvación de la humanidad. En los lunetos situados sobre las ventanas están pintados los Antepasados de Cristo. Cuando la obra se concluyó y la Capilla fue reinaugurada, la multitud que la contempló quedó unánimemente admirada. No obstante, la doble moral de la época dio lugar a algunas críticas fundamentadas en la castidad y el pudor; así sucedería con los comentarios negativos de Biagio De Cesana, quien se mostraba escandalizado ante las partes dibujadas de los santos. De esta manera, acudió junto a otros cardenales a quejarse con el nuevo Papa, Pablo III. El Pontífice convocó al autor para comentarle que los «genitales santos» le producían cierto sofoco al cardenal. Y con mucho pesar le pedía vestirlos, a lo que Miguel Ángel respondió: « Santidad, los santos no tienen sastre». No obstante la autoridad mandó pintar una especie de gasa blanca sobre el problema.
Minos (Biagio da Cesana) |
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