lunes, 2 de mayo de 2022

102. Una crítica desafortunada

 


Miguel Ángel Buonarroti debe buena parte de su suerte al apoyo que obtuvo durante su vida por parte de los Papas. Uno de los que actuaron como mecenas del artista fue Pablo III, quien, además, restaba importancia a los continuos arrebatos de orgullo y rebelión contra el poder del polémico Miguel Ángel.

Su talento sobrenatural lo convertiría en una figura «cuasi divina» e intocable; esto provocaría que varios papas «se hicieran ciegos y sordos» ante el difícil carácter del artista. Los desaires y la ridiculización a ciertos miembros de la Iglesia por parte del pintor protagonizaron alguna que otra «vendetta», como así ocurrió con Biagio De Cesana  (maestro de ceremonias de Pablo III).

En 1505, el papa Julio II quiso traerlo a Roma para que realizara su tumba, un grandioso proyecto escultórico que entusiasmó inmediatamente al artista. Sin embargo, entre ambos se produjo una ruptura clamorosa. El papa –contará Miguel Ángel en 1523– «cambió de opinión y ya no quiso hacerlo  -tras ocho meses escogiendo los mármoles-», y llegó a expulsarlo cuando el artista se dirigió a él para que le pagara por el tiempo que había trabajado en el proyecto. Buonarroti abandonó Roma «por esta afrenta». Pero el papa insistió en que Miguel Ángel trabajase para él y reclamó enseguida su vuelta a Roma para un nuevo proyecto: los frescos de la bóveda de la capilla Sixtina.

Así,  Miguel Ángel que se vio forzado por Julio II a interrumpir su proyecto del monumental sepulcro del papa. Julio II le mandó detener la creación de su tumba porque deseaba su total dedicación en la nueva obra pictórica para la Capilla Sixtina. Dicha capilla tenía la bóveda con una decoración muy sencilla de estrellas doradas sobre fondo azul. Julio II quiso enriquecerla y encargó a Miguel Ángel que sustituyera aquel cielo figurado por las pinturas al fresco de los doce apóstoles en las pechinas que sustentan la bóveda. Una vez terminados, aunque el papa estaba satisfecho, pero al artista le pareció «cosa pobre».  Por eso, renegoció el contrato de 1.508 y tras muchas discusiones con el papa obtuvo el permiso para pintar «lo que quisiera». Con carta blanca en el diseño de la decoración, Miguel Ángel pintó En la parte central de la bóveda una serie de nueve escenas del Génesis que muestran La Creación, La Relación de Dios con la Humanidad y La Caída del Hombre. En las pechinas están pintados doce hombres y mujeres, los profetas y las sibilas, que profetizaron que Dios enviaría a Jesucristo para la salvación de la humanidad. En los lunetos situados sobre las ventanas están pintados los Antepasados de Cristo. Cuando la obra se concluyó y la Capilla fue reinaugurada, la multitud que la contempló quedó unánimemente admirada.  No obstante, la doble moral de la época dio lugar a algunas críticas fundamentadas en la castidad y el pudor; así sucedería con los comentarios negativos de Biagio De Cesana,  quien se mostraba escandalizado ante las partes dibujadas de los santos. De esta manera, acudió junto a otros cardenales a quejarse con el nuevo Papa, Pablo III. El Pontífice convocó al autor para comentarle que los «genitales santos» le producían cierto sofoco al cardenal. Y con mucho pesar le pedía vestirlos, a lo que Miguel Ángel respondió: « Santidad, los santos no tienen sastre». No obstante la autoridad mandó pintar una especie de gasa blanca sobre el problema.

Minos (Biagio da Cesana)
Veinte años más tarde, Clemente VII encargó a Miguel Ángel que pintara en el testero del altar «la caída de los ángeles rebeldes». Tras la muerte de Clemente VII su sucesor, Pablo III, retomó la idea y volvió a convocar a Miguel Ángel, aunque con un nuevo tema. Por el año 1530, Pablo III, sabía que, a pesar de su carácter, no había genio que se le equiparase al escandaloso artista. Por esta razón, solicitaría de sus virtudes creativas -al igual que los papas anteriores- para que pintase el «Juicio Final» en la Sixtina. Aunque todavía estaba muy enfadado por haber mandado cubrir los desnudos de su creación anterior, aceptó el proyecto; pues ahí encontraría la inspiración y el momento para vengarse por la censura.

Miguel Ángel no sentía ningún tipo de pasión por los asuntos religiosos. Sin embargo, utilizaría la temática apocalíptica del «Juicio Final» para elaborar una exquisita revancha contra Biagio De Cesana, como el gran responsable de la severa modificación de su obra. La vendetta resultó un tanto cómica. Miguel Ángel ilustraría al maestro de ceremonias en el infierno. Biagio De Cesana fue retratado como Minos, juez de los inframundo en la mitología, ridiculizado con descomunales orejas de burro y una serpiente enroscada al pecho y mordiéndole los testículos. El quisquilloso cardenal, que se reconocería al instante, protagonizaba el infierno en la Sixtina. De Cesana estaba aterrado al verse reflejado para toda la eternidad en el fuego del averno.

Nuevamente acudió al papa, relatándole la humillación a su persona. De Cesana le suplicaba que reprimiese al pintor, a lo que el Papa le respondió muy burlesco: «Si os hubiera enviado al Purgatorio, podría hacer algo, porque hasta allí llega mi poder para sacaros; pero en el infierno es imposible; de allí no se puede salir, hijo mío.»

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