sábado, 7 de mayo de 2022

103. Pinturas que, después de 300 años, nos siguen sorprendiendo

 


Existen pinturas que nos siguen fascinando siglos después de haber sido realizadas. "La joven de la perla", de Iohannes Vermeer, realizada entre 1.665 y 1.667, es una de ellas. No por nada es llamada "La Gioconda del norte" A medida que avanza la tecnología disponible y aumentan nuestros conocimientos históricos, sabemos más sobre ellas, lo que no apacigua nuestra curiosidad, sino que la espolea; respondidas algunas preguntas, surgen otras. El cuadro de Vermeer, que se encuentra actualmente en el museo Mauritshuis de La Haya ha sido objeto de un profundo estudio estudio que nos revela algunas curiosas particularidades.

Las modernas técnicas de imagen nos permiten saber como fue pintado el cuadro. No hubo dibujo o boceto previo. Fue pintado añadiendo sucesivas capas. Uno de los hallazgos más sorprendentes fue que el fondo no es simplemente un espacio oscuro vacío; Vermeer pintó a la joven delante de una cortina verde. De que se trata de una tela no hay dudas: las imágenes obtenidas permiten visualizar los dobleces y volúmenes propios de la caída de la tela, especialmente marcados en algunas zonas, como el ángulo superior derecho. El paso del tiempo y la suciedad acumulada diluyó las líneas diagonales  y las variaciones de color  de esos pliegues en un fondo casi uniforme.

El pintor trabajó por capas. El pintor trabajó de una manera sistemática desde el fondo hasta el primer plano: después de pintar el fondo verde y la piel de la cara de la joven, luego aplicó sucesivamente su chaqueta amarilla con toques azules, el cuello blanco, el turbante y la perla.

Una de las cuestiones que siempre ha suscitado este cuadro es la identidad de la joven. Hay teorías para todos los gustos: una criada, una hija del pintor, su amante, hasta teorías completamente delirantes, como que Vermeer asesinó a la modelo una vez finalizado el retrato para poder negar su existencia. Hoy se piensa que no es nadie, que no se trata de ninguna persona concreta. El cuadro no es un retrato sino un "tronie". Esta palabra significa literalmente "rostro". Son en sí mismos un género,  un tipo de obras que tuvieron mucha popularidad en el siglo XVII en la pintura flamenca y de los Países Bajos. Eran rostros con expresiones características, a veces exageradas o caricaturescas que simbolizaban conceptos tan dispares, muchas veces abstracciones como la juventud, la vejez, la sabiduría, la fuerza, el vicio, la virtud... Y también servían al pintor para demostrar su talento.

Vermeer supo jugar a la perfección con la percepción del ojo humano, ya que la gran mayoría de los elementos que conforman el cuadro son en realidad manchas de colores, que el ojo completa y da forma. 


El artista no pintó todos los detalles que creemos ver. Lo que se supone que es la nariz es solo un juego de luces y sombras, ¡el puente de la nariz no existe, es una continuación de la mejilla derecha!. Solo un triángulo de color más oscuro da lugar al volumen que forma la nariz.

Igual que el gran atractivo de la joven, su cautivadora mirada. ¿Curiosa, triste, enamorada? Vermeer dejó el contorno de los ojos indefinido y nuestro cerebro rellena los vacíos y determina cómo nos mira la chica. Por eso hay una chica diferente para cada espectador".

La perla: la auténtica protagonista 


Es inevitable que la mirada del espectador se dirija hacia la joya que la joven lleva en su oreja. Pera este es el "trampantojo más espectacular" del cuadro.

El elemento que da nombre a la obra no existe, son apenas dos pinceladas blancas sobre el cuello que de lejos, nuestro cerebro interpreta como un círculo. Tampoco existe el pendiente del que debería colgar la perla. Por lo tanto, solo dos pinceladas blancas en el vacío nos hacen "ver" un pendiente que, en realidad, no está.


Los labios carnosos y rojos, ligeramente separados, como si estuviera a punto de decir algo, son, otra vez un juego de pinceladas sutiles: Vermeer añadió sobre la pintura roja destellos blancos para que parezcan húmedos.

Otros elementos de su vestimenta, como el turbante, es igual de curioso. "Las jóvenes neerlandesas de la época no vestían turbantes como este, que le da un toque exótico a su obra. Parece que salió directamente de un baúl de disfraces del propio Vermeer". Además, "está pintado con azul de ultramar, un apreciado y caro tinte importado de Asia que Vermeer usaba con asiduidad. Un toque de distinción para gente sencilla. El pigmento se fabricaba con lapislázuli procedente de Afganistán, que tenía que hacer un largo camino hasta Europa. Como otras mercancías de la ruta de la seda pasaba por muchas manos hasta llegar a manos del pintor. Esas mercancías no hacían toda la ruta en una sola mano, sino que pasaban por diferentes mercaderes que hacían cada uno un trocito del camino. En cada cambio de manos iba aumentando el precio. Al llegar a Europa era más caro que el oro y por eso durante siglos se reservó para los mantos de la Virgen (1). El azul, muy utilizado por Vermeer, no solo aparece en el turbante sino también lo utiliza con liberalidad en abundantes manchas que modelan la chaqueta amarilla.  El reciente estudio revela que la piedra puede haberse calentado primero a una temperatura alta, lo que facilitó la molienda y produjo un color azul más intenso.

____________________

(1) En este mismo blog se puede leer lo que escribí sobre como la cochinilla revolucionó la paleta de los artistas. Si interesa se puede leer La plaga convertida en arte También os recomiendo el artículo de Saray HH La evolución de los pigmentos azules. El azul en la historia del arte




No hay comentarios:

Publicar un comentario