Los aficionados a las carreras de circo en Roma, más que ser seguidores de ciertos aurigas o caballos, que podían cambiar de bando (1), siendo "fichados" por unos y otros, eran seguidores a ultranza de un color, de uno de los cuatro equipos existentes: blancos, rojos (ambos equipos eran los dos únicos existentes en principio), azules y verdes (equipos creados a principios del Imperio). Existieron también brevemente uno dorado y otro púrpura, pero fueron absorbidos por los ya existentes. Un delirio partidista impulsaba los ánimos del espectador hacia unos u otros. El público, en lugar de dejarse arrastrar, como el griego, por valores como la habilidad de los aurigas o la fuerza de los caballos, se dejaba llevar por la obstinación del apoyo a ultranza a un color, y sólo reaccionaba ante dos razones, el triunfo o la derrota (2). Los equipos eran, en realidad, auténticas empresas, que contrataban a preparadores, veterinarios, etc...
Hay que tener en cuenta que la rivalidad entre ellos respondía también a un ajuste de cuentas entre clases sociales. A comienzo del Imperio los partidarios de los azules se reclutaban entre la aristocracia, mientras que los verdes eran más populares, y por eso contaron entre sus fanáticos admiradores a los emperadores proclives a la actuación demagógica.
Otro factor importante era la posibilidad de apuestas, que hacía que una persona pudiera ganar una fortuna en unos minutos. Ningún otro espectáculo resultaba tan lucrativo para los apostadores.
Era tan considerable el grado de fanatismo que rodeaba las carreras que hasta existían supersticiones y fórmulas mágicas para atraer la desgracia a algún auriga. Aunque estaba prohibido, en los alrededores del circo merodeaban individuos que vendían hechizos, encantamientos y maldiciones para perjudicar al auriga, o a los caballos de tal o cual equipo. Estaban escritos sobre papiros, pergaminos o placas de metal, de las cuales se han conservado algunas. Otras veces el fanatismo provocó auténticas desgracias, como cuando en Pompeya se enfrentaron pompeyanos y nucerinos, dejando muertos y heridos.
Pero nada comparable a lo ocurrido en Constantinopla en el siglo VI d. C. El emperador Justiniano, seguidor de los azules, estaba preocupado por el nivel de violencia a que habían llegado los seguidores de las carreras. En cada espectáculo se producían peleas, muertos y heridos, y el emperador decidió castigar a los más violentos de entre los verdes y los azules (los blancos y los rojos, en ese momento, apenas contaban). Encarceló a los más fanáticos de ambos equipos para ser ahorcados y, para calmar los ánimos de la población, no se le ocurrió otra cosa que organizar unas carreras.
El ahorcamiento debía tener lugar tres días antes de las carreras, pero dos de los condenados (uno por cada equipo) sobrevivieron y pidieron refugio en una iglesia. Los respectivos seguidores exigieron el indulto del emperador. En ese ambiente tan explosivo comenzaron las carreras.
Restos de hipódromo de Comstantinopla (Estambul) |
Desde el hipódromo las facciones más radicales de azules y verdes dirigían los disturbios. Justiniano envió al eunuco Narsés al hipódromo, donde se dirigió directamente a los azules para recordarles que Justiniano era de su equipo mientras que Hipatio era de los verdes. Para los azules fue más importante la fidelidad a un color que su odio al emperador, y asaltaron a los verdes en el hipódromo.
La violencia duró varios días, dejando media ciudad quemada o destruída. Finalmente, estando los verdes bloqueados en el hipódromo, entró el ejército. En total murieron 30.000 personas.
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(1) Sabemos que el lusitano Diocles, el auriga más famoso de la historia, el que más carreras ganó y el que más fortuna consiguió, estuvo “fichado” en distintos momentos por los cuatro equipos, ganando docenas de carreras para cada uno de ellos. Probablemente otros aurigas famosos fueron igualmente solicitados por las distintas facciones.
(2) Del fanatismo que despertaban los espectáculos es una buena muestra lo ocurrido cuando Nerón llegó al trono. La situación económica era muy grave, había hambre y pobreza a unos niveles preocupantes, y no había dinero para pagar al ejército. La llegada al trono de Nerón, un joven de 17 años, no parecía lo más adecuado para mejorar las circunstancias. Mucha gente no lo quería como emperador, y durante dos semanas hubo disturbios por las calles de Roma. En esa tesitura se planteó qué era mejor hacer: utilizar la flota mercante para traer trigo de Egipto y calmar a la muchedumbre hambrienta con un reparto de grano o traer la arena especial que se utilizaba para el circo. Algunos no lo dudaron. La arena para el circo era lo más urgente. Así se hizo y se organizaron unos juegos donde pelearon 600 gladiadores, 1.200 condenados por distintos delitos fueron devorados por leones, hubo luchas entre elefantes y rinocerontes, búfalos y tigres y leopardos y jabalíes. Como número especial, una veintena de esclavas fueron violadas por asnos. La multitud se tranquilizó y, aunque siguiera muerta de hambre, continuó con su vida habitual. Problema resuelto.
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